Te conozco, luz olvidada, te conozco
en tu máxima densidad, hundida
como un inquieto suero, como una aleación
de alas malditas. Te conozco
en la precariedad inscrita en cada ser,
como una voz común que en todos habla
y que a nadie se habitúa. Te señalo
con vulgar indiferencia pues mi vida
solo empapa un espesor oscuro y sé
que no haces del corazón de nadie
tu casa.
Te conozco, luz cruel, te conozco
y sé que en mí no estás de paso,
sé que me temes. Conozco
la fuerza que te extingue.
Luz cruel que te enciendes y te apagas,
que llegas y marchas hacia otro mundo frágil,
aquí paras tan poco que los ojos no conocen
otras más altas verdades, otros caminos.
Te enciendes y te apagas, solo eres un ritmo,
un ritmo claro sobre el pasar de las horas.
Eres uno de esos frutos distinguidos
que amargan, el baile que esclaviza,
la libertad que aturde. Eres la luz
de la condena y por tu culpa
la alegría es un castigo.
Te conozco, luz perdida, te conozco
en tu desesperación y en tu desidia,
perfecta como un gran principio cósmico,
guardiana de los días, pero de nadie
compañera. Sostienes en tu mano
todos los tiempos del mundo, luz
enmascarada, fuente perpetua de todas
las necesidades.
Huye, vete,
en tu contra tendrás siempre todas las verdades
y todos los ritos.