Alguien te llamará, alguien pronunciará
tu verdadero nombre. No sabes ese nombre
pero habita en ti como una semilla
que germinará con su voz.
Ese día tus padres serán tus hermanos.
Dale la mano mientras sostienes tu corazón con la otra
y te dirá que pongas la última racha de viento en tu urna,
esa dulce brisa será la ceniza: «Ahora ya no amas
con tus entrañas».
Perderás tu piel como una serpiente
y envolverás con ella tu corazón: «Ahora
ya no amas con tu piel».
Te abrirán una puerta y allí ya no verás a nadie:
«Debes pasar, esta es la puerta de tu eternidad».
Y tendrás que avanzar sin saber si sales o entras,
solamente sabes que allí ya no hay nadie.
«Vas a olvidar el lenguaje,
vas a respirar toda tu asfixia
mientras tu interior se convierte en un mundo
—por eso ya no puedes amar
nada más que con el miedo—
y vas a nacer cuando el mundo nazca».
Pero antes de pasar bebe de ese agua
justo cuando dejes tu corazón a un lado,
antes de pasar respira ese incienso
y pronuncia estas palabras
para que jamás te reconozcan
quienes te conocieron: «Me llamo Eleazar».
Antes de pasar verás en una gran sala
un trono vacío y sentirás la oscura majestad
de esa pureza y en tus lágrimas regresará
el agua de tu bautismo. Regresará antes de tiempo,
por eso tu destino es andar solo.
Entra en silencio y no llames «mar» a la inmensidad
no pongas nombre a nada. Debes perder el lenguaje.
No llames a nadie, no lo intentes,
sus nombres son ahora de otros.
Añade silencio al silencio
y soledad a la soledad
para que de cada angustia de la nada
surja de nuevo tu mundo. Hazlo,
tú nacerás con él.
No hagas caso a quienes aseguren
que te vieron nacer. Porque esos
serán tus hermanos.
Dirás quinientas veces: «juro que vivo»,
hasta que esas palabras vuelen como pájaros,
y serás para siempre mitad hombre y mitad mundo.
Nunca vuelvas a olvidarte de eso. Entonces
todo tu ser ya latirá como una gran membrana de fuego.