En esta laguna desapareció la muerte
y ahora queda una tenue resonancia, un dulce roce,
un latido entre las hebras de una lana
suave como la infancia, calma viviente
lúcida como la hospitalidad intrépida
de los corazones despreocupados.
Ahora hay una vibración en medio de la nada
que esboza el espacio de una basílica de tiempo,
una materia negra que nadie puede ser
y que nos posee calcando las imágenes
que nos abarcan y que nos conducen. Aire de formas, copos de hiel,
placas oxidadas sobre las que surgen nuevas manchas
sagradas. Cuadriláteros de luz que se retuercen
entre nuestras sílabas malditas, hasta que cada pa-
labra yace muerta sobre un lecho caliente
de espumas y orín. Reunión de todas las materias
cuya esencia inapresable soportamos en fragmentos. Pero
mientras unos festejan la plural comunión de los seres
otros llevan en procesión sus lamentos solamente. Y aun así
es imposible que no adopte también un aire su forma una vez,
imposible que lo que vieron sus ojos no sea al mismo tiempo
una atmósfera eterna. Pero no sé quién, cómo, por qué razón
se dispone que en tal mundo sin muerte haya siempre una carencia,
un hueco arrancado de cuajo a la muerte y puesto ahí, en medio de todo,
un ruido que rompe el fuego inmóvil,
una cuenta atrás frenética que ignora
la desastrosa complejidad de mis razones.
Tu mesa y tu silla, tiempo de la estancia,
firmeza de la casa, nudo de la vida
frente a las vidas, huracán de habitar
tejas y pestañas, cejas y ventanas. Cada cuarto
como una corazonada, como un suelo
para sus pasos, para el destino común
de ser la puerta cerrada por el ser que se elige.
No un dentro ni un afuera, una membrana frágil
para ese eterno ser de barro y de arena, o, quizás
tu vela, tu timón, tu tiempo sietemesino
impasible como los grandes decretos de ese azar,
producido para compensar la deuda de cada región celeste
en sus humedades más inmisericordes,
para rodear cualquier destino terrestre como
tu mar, tu canción, campo por las noches loco
por sembrar sin semillas y vivir sin vida
guardando clandestinamente las fuerzas
inconfesables. Yérguete,
sal bailando a saltos como un carnero nupcial
que embiste una desnudez invisible. Adopta la ley
sin que se sepa que el ritual roto crea, que la rotura crea, no
lo sostenido. Que es la rotura lo que existe, la rotura de dios
corona esa realidad en cuyos añicos tu cuerpo vuelve
a desnudarse y a vestirse
mayestáticamente. Alma subterrána tu cuerpo encallado
en las escamas del aire, entre la piedra de fuego,
por fin sea esta vez ese alma una profunda hebra de humo,
ese cirro de jade, el código que proclama la ley
por la cual se equilibra lo fugaz
como una institución salomónica.
Aquí la ausencia es más amplía que el mundo
es un mundo por sí misma, porque tus ojos son
las escalas de tus sentidos, la frondosidad
de tu pensamiento.
En su corazón cabían
más cosas de las que existen. Nunca fue suficiente
la creación. Una tarde vi como las cosas hechas
intentaban llegar a los bordes de su silencio y quedarse allí
haciendo el mundo más grande.
Con el aire embriagado de su esencia
aún surge una voz. Y la voz disuelve la piedra.