Ha pasado otro año y el calor
ha vuelto a secar los troncos de los árboles
viejos. En este reinado del tiempo no hay
una excepción clara. Es poco,
pero el esplendor de los hombres no suena aún
como la sinfonía de las raíces desenterradas,
y el árbol caído que quedó junto a la orilla
flota frente a la gravedad. Ya es más del río
que los animales. Y hace falta saber demasiado
para reconocer en él el signo de lo irreversible
y para comprender cómo este conocimiento atroz
preserva la esencia de la vida en otros lugares.