Que me dejen en paz esta luz y este silencio, esta humedad,
estos ecos, la verdad de estas sagradas órbitas, estos chillidos,
esta puerta abierta, esta noche, estos abstractos designios, mármol,
agua sensata, frescura y humo. Va a amanecer temprano y somos
los últimos hijos, únicos descendientes de una humanidad ya extinta,
ya todos los ojos y todos los oídos. Arranca y marchan. Somos
lo que temen los ángeles. La luz negra. Ciao mi baby baby. Taxis
por el paseo de las Yeserías. Rojo. Verde. Con todos sus respetos y todas
las ganas de arder todavía. Pecas. Granos. Eternidad. Hablar como se esparcen
las voces ocultas en los lenguajes dormidos. Y ese hambre de kebab,
como un delirio somnoliento de ganas perdidas. Es que ya no tenemos alma,
si apenas queda nuestro vacío, la secreta debilidad de los últimos corazones,
el absurdo sentido de unas espirales desesperadas. Pasan. Quedas. Desarmado
corazón explota. Quién nos va a enseñar a amar a estas alturas si ya somos
tierra y tierra, labios escariados, ojos de erizo. Geología nocturna
de almas dobles. Que nos dejen en paz este frío, esta sed, este ir
a ningún lado por no despedirnos, este romper en pedazos el regalo de la vida
antes de abrirlo. No quiero agua. Caminemos, solo caminemos.