Sigo aquí, donde el rigor de tu silencio
es la semilla cuyo brote desconoces. Aquí donde tu voz
me habla de seres que jamás son yo, donde las tardes
se agotan todavía soleadas y los nombres me recuerdan
que la luz no es lo que miramos, la luz es lo que nos ve,
lo que nos roza con un modo imposible de entendernos
y nos empuja con la desnudez de una necesidad irremediable
contra la pared del tiempo. Aquí no está la vida, que nadie
caiga en el falso consuelo de estas torpes palabras, que no
se entienda nada bajo el techo de sus agotados significados.
La vida hay que buscarla, romperla, perderla, recobrarla. Hay
que vivir entre cenizas temblorosas, respirar cada mota de polvo
como el eco de una meseta amarilla. Sigo ahí, sí, en el suelo, en la
orilla despiadada de los ríos imperfectos, junto a los árboles caídos.
Pero es tanta la luz y tan endiabladamente se retuercen los destellos
que veo ya en todos los rostros el camino de esa inmortalidad fallida,
esa permanencia que en el fondo no merezco. Me sobra luz,
me sobran regalos, me sobra vergüenza. No necesito ya
ninguna salvación porque contemplo serenamente todos los días
la verdad de no ser lo que merece perdurar. Pero me pregunto
por qué habita en mi mortalidad el secreto de una vida eterna
que no puedo alcanzar. Por qué debo ahora pronunciar
las palabras que conozco, lo que me contaron las piedras
y los árboles, eso que es la radiación del aire abrasado
y la humedad de las colinas cuando el otoño inicia
el camino del conocimiento. Si solo veo el rastro de los rostros
divididos en los residuos de mi entrega. Si cuando se ama se pierde
y la vida no es una cuestión de fe, sino la verdad
incomprendida por quienes sienten que hay un amor
que no es para ellos. Es una creencia voluntaria,
una afirmación soberana que acepta todas las verdades
sin someterse a ninguna. Como el desorden que desoye
las leyes perfectas. Como ese esfuerzo desmedido
que de repente se convierte en alma. Como el último sabotaje
de las noches perdidas en los espejos en coma. Solo quiero ya
quitar significado a las palabras, descender
hacia el silencio del yo desnudo. Sigo.