Ese árbol de percepciones quietas, en el final,
todo lo que viste, intacto, tal como lo viste,
irá tu alma por un camino y lo señalará
y dirá: «esto es mi cuerpo». Y sabrás cómo creció
y de qué creció y lo dirás claramente «eso fue así,
mi recuerdo ahora puede ser borroso, pero aquí mismo
están los signos concretos, lo que aprendí, lo que entendí.
Y está lo que sigue siendo un misterio. Lo que se convirtió
lentamente en una sensación perpetua, en un tono de voz,
en una distancia». Y tu alma lo contemplará y será tu cuerpo
pero no tendrá ojos, solo visiones. No tendrá oídos,
solo sonidos suaves que te recordarán el mar, aunque allí
estén todas las palabras. No tendrá manos, pero allí
estarán los abrazos como si fuesen aleteos ciegos
suspendidos en el aire cálido y en el aire frío,
como si se fundiesen en una especie de brochazo
térmico, como esos lazos cuánticos que destrozan
el imperio de la nada en las pequeñas distancias.

Solo habrá sabores, pero no estará la fruta, ni el pan,
no estará el vino. Porque es una serpiente metálica
que habla de una electricidad sobrecogedora
que se llamaba hambre y era un miedo oculto
a la muerte. Y eso se convirtió pronto en locura y allí
se mezcló el sabor de la miel con el de tu propia sangre.

Ese árbol es tu cuerpo y es una idea eterna, una forma más
del alma del mundo. Allí todo es un olor paralizado como una niebla
sagrada. Y lo podrido, mezclado con lo podrido, será sublime
como el incienso más sagrado y las resinas lujosas, será
la atmósfera viva de tu respiración más profunda.

Y a tu izquierda habrá una fuente, pero no beberás. Pues la fuente
está junto al lago. Y del lago sale un río, del que sí beberás.

Allí esperarás hasta que se nuble tu consciencia, hasta
que un torbellino de ceguera te diga que no tuviste ojos,
que no tuviste boca. Que ya nada debes añadir a lo que viste
o dijiste. No hay holograma de verbos que conjugue
ninguna perdición. Nada completa lo que no viste, lo que no dijiste,
y no hay sabiduría alguna en lo que aún recuerdas. Has llegado aquí
con el mismo misterio entre tus manos. No tienes ojos,
no tienes boca, qué fue tenerlos, no te engañes. Acaso una voz
como la carne que late irremediablemente entre otra carne,
y solo cuando esas palabras son la niebla de nuestra piel
y nuestro sudor, solo cuando las palabras vuelven del ruido
al ruido van a comprenderse y van a flotar delante de tus ojos
como estrellas negras que aquí te muestran unas manos. Estrellas
densas que caben en las manos, estrellas densas de noches
preciosas, como abismos que aún muerden tu cuello. Ahora
lo entiendes. Lo que se vio, lo que se pronunció, son solo
las piedras inertes de otro mundo. Y la rabia que enfrentas
a tu pudor en esta marea nocturna es lo que se oye en las cuevas
que de momento solo habitan las nuevas clases de animales.