La realidad es lo que no ocurre. La única misión de lo que vivimos conscientemente es definir el campo de lo que no ocurre. En esa zona se mezclan de manera confusa lo que aún no a ocurrido y lo que nunca va a ocurrir. Si pensamos en el pasado… coincide misteriosamente con lo que ‘no puede (ya) ocurrir’.

Eso que tenemos en común con las montañas y los valles. Remolinos de barro.

No sé cómo mezclar ausencia y presencia. Vivir esperando,
así el daño no existe.

La afirmación de las cosas no debe hacerse desde las mismas, sino desde un amor superior. Pero eso es imposible cuando las cosas te sepultan.

Los ladridos de los perros que no dejan de ladrar son algo más que una metáfora de lo humano.

Tener hijos nos hace admitir reglas sociales injustas o caducas. La evolución es el proceso por el cual pasamos de sentir un vínculo natural con la familia a sentir un vínculo cultural. El progreso es el proceso que convierte todo en cultural o social. Eso significa que el vínculo deja de ser la necesidad de la naturaleza, que es algo metafísico y absoluto y comienza a ser la necesidad de lo social, que siempre es contextual y relativa al entorno particular que se pone como referencia. El problema es que el acto de vivir lo social como necesario implica una especie de fanatismo inconsciente, involuntario… la supervivencia nos lleva a aceptar como absolutas las normas culturales transitorias, aceptando la conveniencia de adaptarnos a ellas. Ese fanatismo, ese acto de sumisión necesaria, es en el fondo la fuente de todos los fanatismos del futuro. Y por eso el dogma social contiene en su raíz la causa misma de la extinción de la especie.

Solo saben defender lo suyo. Y no hay mayor signo de debilidad que ese.

Paso de un deseo a un estado mórbido. Paso a formas de individualidad patológica: la interiorización de las normas sociales actúa como un cáncer, como una avalancha de metástasis. Nuestro cuerpo es un caldo de cultivo, nuestra mente es el sustrato en el que crecen hábitos producidos socialmente.

Antes no había logros. La vida no tenía objetivos. Hemos diseñado los fines de la vida. Hemos estandarizado los roles y las capacidades humanas. Los logros son la moneda simbólica que paga sacrificios materiales. El principal recurso económico es la vida, y más concretamente: las ganas de vivir. Diseñadores mal pagados diseñan el mundo que sufren.

Meditación caótica de Thais en Príncipe Pío.

Considerar la imaginación como una parte del mundo sensible. No distinguir entre sensaciones e imágenes, como Hume cuando ponía al mismo nivel impresiones e ideas. Aunque de alguna manera Hume distingue y Coccia mezcla. Si las ideas son sensibles el pensamiento es sensible, el pensamiento equivale a una sensación. Y lo sensible es un producto del deseo (eros). Esa es la idealización suprema de Coccia: el mundo es siempre el mundo de las imágenes y las imágenes son siempre el fruto del deseo. Nuestra relación con el mundo es siempre una gestión de deseos. Eso nos lleva a la ilusión del no pensar como autenticidad. Los dispositivos de mantenimiento de intensidad de las imágenes legitimadas como cuerpo (ya no como cultura). No hay gusto estético. Eso no sería más que una degeneración elitista. La imagen se vive como rubor. Como una intensidad inmediata o directa. Eso satisface el ideal de la experiencia no mediada, satisface el ansia de tener un contacto directo con las imágenes-mundo, simplemente mediante el truco de convertir el mundo real en una ficción. Desde esa postura es imposible distinguir entre memoria e imagen artificial. Se pasa por alto la creación intencional. Porque en el fondo para Coccia las decisiones también son imágenes (constituidas no solo por pasividad, sino también por deseo). ¿Es el deseo algo sensible? ¿Es una imagen o depende de imágenes? ¿No tiene que ver con ningún sentido o sí? La memoria nos lleva al objeto real, ese es el deseo esclavizante, el que desea el regreso de lo conocido, lo disfrutado antes, es lo que nos encierra en bucles. […] Pero la imagen es por naturaleza algo fragmentado, como buena parte de los procesos mentales (o todos).

Así quedásemos a lo desnudo del alma.

Abdicaciones frecuentes.

Pensamiento rápido que se difunde tan rápidamente como las imágenes rápidas. Pero mucho más difícil de identificar, porque el pensamiento rápido se queda dentro de nosotros, se repite en infinitos bucles.

Gravitas.

Del amor nunca hay testigos.

Somos ya lo que somos. Podemos decir lo que queremos decir y decidir cómo queremos decirlo.

Anfractuosidades.

En un punto tendremos que decidir si preferimos creer en el mundo de las cosas o en las personas.

No está claro si en lo que al sentimiento se refiere importa más la intensidad o la diversidad. Pero lo que está claro es que la verdadera medida de la vida no puede ser la que impone el recuerdo.

El maestro se muestra cuando se retira. El maestro aspira a dejar de enseñar. Debe dejar de enseñar en cada instante. El maestro no enseña a pescar porque no comparte la alegoría del hambre. Comparte la alegría del hambre. Y el hambre de alegría.

Compartiendo mediaciones cada acercamiento aleja. Cada acercamiento solo sirve para consolidar una determinada forma de narcisismo.

Foto de Segade en el periódico. Los artistas son gente que va en zapatillas y desinvisibilizan cosas. El problema de esa gramática práctica es que el dogma de la invisibilidad asume que hay que desinvisibilizar lo oprimido, pero no buscar la excelencia. Los museos son las cajas de la derrota, pero presentan la derrota teatralmente como si se hubiese producido un triunfo. Son cajas irónicas. Para que funcione ese teatro se tiene que partir desde la aniquilación del resto de criterios. «Mi única militancia en ese sentido es que necesitamos públicos críticos y públicos librepensadores.» Pero el arte ha dado dos pasos atrás en el ejercicio de la libertad cuando ha dado uno a favor de la (necesaria) justicia. «La cercanía al Reina Sofía es uno de los reclamos en los anuncios de los alquileres turísticos.» Pregunta inmejorable. Los museos que dan la espalda a la belleza comienzan a dar miedo. Nadie cree ya en nada, nos movemos entre la decoración y la tristeza de las justicias restitutorias.

Rencor. La oportunidad perdida de un mundo compartido. El rencor desaparece cuando se acepta el mundo tal como es. Pero esa aceptación no posibilita el encuentro mutuo, solo puede producirse ya a través del distanciamiento. Asumir que la única aportación que uno puede realizar llegado a un determinado punto es el silencio. Dejar que las cosas ocurran a su manera.