Hemos escuchado cantar
a lo lejos en el monte
cuando se quema
ese rincón que cede
en cada palabra
que en tu boca
era ruina.

Mantener la lentitud
del rostro, la plenitud
por la que uno aspira
a darse clandestinamente.

La integridad desnuda
es abarcable. ¿Es posible
sin temor ni vergüenza?

En la densidad que proviene
de haber caminado
por las mismas calles,
ahora vacías. Sobrevivo
en sus restos y en tus restos.

Ser la eternidad del fracaso
y la fragilidad de todos los triunfos.

Cada vez que comienza una nueva vida
cuando no hay testigos.

Evitarlo todo. Forzar el colapso,
reconocer todos los errores, todas
las debilidades, las heridas.
Es necesario.

Voz más allá de todo conocimiento,
más allá de cualquier vivencia.
Esa es la voz de decir «tú».

Cuando no hay más amistad que
la rutina de mantenerse en contacto.

El hueco de desistir, salir y andar
al alba encontrando otros caminos,
el resto de otros pasos perdidos.

Muchos los adioses y con ellos
la muerte anticipada que calcina
hechos ciertos y deseos inconcretos,
las fuerzas inconcretas que dan voz
al dios mudo que se arrastra en la materia.

El terreno y la bondad,
la destreza y la tensión,
la ternura y el desecho
son pretextos que se agotan
cuando el aire destituye
lo que augura ese amor
desaventajado y ciego.

Es mi cuerpo lo que oculta
el sol.