Nada limita la rotura de ese vínculo misterioso
porque era el vínculo de todos los vínculos,
el nudo que ataba las esencias que el corazón
guardaba desde su infancia. Lo que se rompe
no es una rutina, sino algo más frágil,
un castillo de naipes, las vagas intuiciones
sobre el camino de la raíz hacia el centro
del alimento. El mapa ciego de la planta,
los versos de la inmortalidad escritos
sobre una arena de huesos. El eco
de esa primera libertad como un salto
de una membrana sobre otra
en una niebla de mieles amargas
cuando no respiras
y sientes el susurro de la muerte
esparcirse por esa entraña de esponjas
sobre una nieve de huesos. Recuerdas
cada acto de fuerza que encontraba una materia
que ya era tuya, la oscuridad que expandía las formas,
lo recuerdas y llevas desde entonces en ti
el conocimiento secreto de ese camino.
Pero nada limita la rotura de la unión de uniones.