¿Qué es peor? ¿El círculo de las noches
o el terror indefinido de los años
si se escribe todavía la Historia
sobre esa arena de hierro?

Si alguien regresa a su primera mirra
y ofrece su desnuda mansedumbre
mirando al frente. Si el tribunal del olvido
ignora el fundamento de las leyes. Y si la ley
escatima la dulzura ganada de todos los inciensos.
Cada sentencia sería el cáncer de los veredictos.
Cada condena, la condena de todas las condenas.

Hay que saber gritar,
porque si llega el momento
hay astros que deben conocer
nuestro destino. Si se tuercen
los frutos del amor hacia la nada
surge una deuda. Si se rompen
los cálices supremos de la vida
en un instante. Que nada quede
impune rondando por las noches,
que nada merodee distraído
las nuevas charcas tranquilas,
las nuevas marismas. Pues con nadie
se paga el equilibrio del cosmos,
nadie es el sirviente de las vacías
justicias universales. Cada ser
es una fundación perpetua,
una esencia imborrable.

Hay que gritar, porque el mundo se apoya
sobre una mota de polvo. Porque no hay estrella
que no dependa de un microbio. Todos con todos,
así están aquí los seres, nada sobra, y una ausencia
es todas las ausencias. Si uno falta, falta todo.
Si algo desaparece, todo se detiene.

Has desviado hacia tu cárcel
la fuerza de los primeros torrentes.

Huye. Lleva el agua hacia tu primera casa.