Si las nuevas hordas degüellan las más bellas destrezas
habrá aún una catástrofe sin importancia
que todo lo rectifique. Un amor sin definición
que sea lo único que siempre fuimos
y que aún así recurra a la desahuciada piedad de cada carne
y devuelva cada jirón de piel esperanzado hacia el ocaso.

Porque lo que ayer fue amor hoy destroza mansamente
la paciencia de persistir. Hay cierta bruma tectónica
cierto estrato descompuesto por radiaciones cruzadas,
por el calcio de tus huesos en una tumba que sientes extraña,
martillos de un despertar constante hacia otra vida
por el que se revuelven las cansadas añoranzas
en cada momento, como una catarata de formas tenaces.

En la ecuación sin resolver.

Amémonos como las piedras ausentes
en el plan del universo. Como lo sobrante,
lo frágil en todos y cada uno de los estados
previsibles o ideales.

Como los nervios que engendran
aguas que coinciden en cada sucesiva desnudez,

como el ruido del dolor en cada nueva efervescencia
nublada como una espuma gris que nos protege
frente al próximo fracaso.

Cada dolor es un pájaro. Rozan las nubes
los antiguos metales, las viejas lanzas,
desesperaciones en saco roto. Muertas visiones,
cuando llega la hora. Lo decisivo del instante,
no será la fuerza ni la claridad, sino el estruendo
inesperado tras la ley de la libertad solitaria.

Allí están todas las llaves. Te haré bailar
sobre el precipicio de cada deseo.