Lenta es la ausencia
y aún entra la calle en un patio
sin que desemboque la luz
en el aire de las voces
cercanas, sin que entre
por todos los lados
esa claridad tan secretamente
heredada por el tiempo
bajo el pórtico de tu mirada.

Sabes que son siglos
lo que tardan las verdades
en dar a cada recuerdo
su monte y su valle,
su campo y su camino,
su prisa, su paciencia,
y que hay que cambiar por dentro,
habituarse a un silencio enjaulado entre ecos
y enterrar la sangre de fuego en cada vena.

Tanto hemos vivido que hay
una avalancha de entrañas que tarda
tanto como el arroyo hacia los terrenos más bajos
empujado por la venenosa mezcla
de lo que ocurre y lo que no ocurre.

Y es poco.

Ya no duelen las veces que cada luz vacía
sigue siendo tu presencia. Ya no es luz
más que una llaga opalescente que palpita
bajo capas de humedad y rizos de materia pura,
pues mira, lo alegre, lo triste, simples restos
de aquellas divisiones, simples formas
de una exactitud más pura,
de un temor mejor domado.

Pero donde nadie está mirando
hay una figura que emerge
porque entre las nuevas cosechas
queda tiempo para la misma sequía.
Porque el alma es todavía
lo que más gravemente se desconoce.

Cojo en mis manos el tiempo,
llevo en mis manos el tiempo,
cierro los ojos y toco
muros del pasado. Pero ya no está
la infancia que todo lo prometía guardada
en el equilibrio exacto de los cambios.

Algo se ha perdido en ese mar
en el que desembocan ahora todas las formas
todos los sonidos y todos los olores,
pero tú aún eres el buque de tacto
que libre navega por mi muerte.