Desciende la voz, desciende el aire,
temprano mendigan los átomos más fríos
porque la vieja belleza del mundo ya no es
ni una virtud nítida, ni un placer evidente,
ni el merecido descanso después del trabajo.
La belleza es una desnudez esperanzada,
es no estar listos para que nada acabe.
Sabes que en tu bondad hay una esencia
que aún no conoces. Una paciencia
que sabe que en vano espera, y que espera
solo por ser más puramente paciencia, queriendo
ser fracaso tan lento como esa glaciación
imperceptible dentro de todos los calores.
Sabes que hay una fuente en ti
en la que ya nadie cree, un territorio
que ya nadie explora. Porque los caminos
no se hicieron a escondidas y hoy son calles
bien asfaltadas, avenidas llenas de comercios
en tiempo de rebajas. Pero exprimes cada noche
ese corazón de cemento hasta que tu voz
es una cúpula de aguas grises sobre
la frondosidad de las arenas sagradas. Fuente
interminable de la vida interminable.
Recuerdas la realidad más cargada de realidad,
hasta un punto en que dolía la vida de tanto que crecía
enredada entre tus brazos y mojada por la lluvia, de noche,
en Hilly Fields. Recuerdas tus fuerzas aún intactas,
pero aún tan dentro, sin ser capaces de nada.