Nadie sabe cuánto duran el principio y el fin,
nadie entiende cómo comparten los días,
nadie sabe que su abrazo es la vida.
Desde esta terraza de latidos equidistantes
veo el castro y la huerta. Mi padre parte leña.
Ruido de la maza que golpea la cuña.
Mi padre es más joven que yo. Ahora
entiendo todo.
Su abrazo es tu vida. Como dos serpientes
enroscadas. Principio y fin. El día
en que pueda explicar cómo amé y cómo
quise amar. Cadenas enroscadas. Verás en mi mano
la nuez de fuego que lo explica todo.
Un día caminaré y caminaré. Pero mis pasos
serán cortos y cabrán en esa nuez de fuego
en cuyo centro arde un dolor. Verás
la combustión estable de una paciencia sin límites,
algo que crece infinitamente hacia dentro,
eso que me trae aquí y me hace decir «suerte».
Es primavera y no dicen que vaya con ellos.
Es verano y se despiden jurando recordarse. Es otoño
y no caminamos juntos. Invierno
y no hay palabras. Es de nuevo primavera y el tiempo
nos muestra la ley de una persistencia vana. Es verano
y lo que antes se regaba hoy describe
una sinfonía de polvo avariento. Invierno
y te diré lo que viví si me das pan. Te diré
cómo es esa gran hoguera que mantiene intacta
la capacidad de amar sin límite. Qué sequía
sostiene el aire con sus manos cariñosas de calor,
si tu silencio es la religión que busco. Un silencio
solamente silencio de tu voz,
unión del ruido de todas las cosas.
Nada, nada. No pasa nada.