Dónde comienza la vida. Por qué tan pequeña
y por qué crece hasta alcanzar ese tamaño,
el espacio adecuado para el poder de hablar,
y por qué en ese hueco el amor más profundo
aún es un rudo mecanismo, una polea,
una palanca, un simple deseo. Por qué hoy las palabras
cuentan solo lo que está entre los márgenes
de una sensibilidad partida. Se sabe que hay algo
de lo que prefieres no hablar. No se equivoca
quien se adentra en terrenos bien señalados
ni quién cambia la belleza de la vida
por una calma dócil. Nunca es su edad
ya el bochorno plácido que ondea
sobre unos triunfos menores, lo que anula
la aparente suficiencia de las pequeñas cosas.

Qué cansancio de hechos, tantos para tan poco
significado. Y de qué vale, si hay un latido
que es una explosión del alma
y que no se escucha. Una tarde llevada al límite
que permanece oculta fuera
de las dudosas virtudes del lenguaje.

Qué queda del placer, qué de un scone
en Osterley, si cada una de nuestras vidas
es solo la sombra del nombre de un viejo demonio,
si lo que calla no es el hombre ni es la piedra,
no las partículas incandescentes en el vacío
de las máquinas de contagiar sensaciones. Ese recuerdo
regresa como un ser abominable. Siempre distinto.

Esa inocencia nunca es soberana, nunca ama,
nunca es una fuerza real. Nunca es la zarza,
es solo la higuera. Nunca es lo tierno
lo que en su persona se rebela
contra la dureza y el espanto de los terrores
cuando los juguetes destruyen los ritos de la infancia,
cuando el poder destruye y pide fe.

No hay que creer.

Ni el dios más oculto podrá explicar
eso que pasa y que no es mío ni cabe en mí,
esa brevedad que no es mía, porque esa vida no es mía
si no la vivo toda. Estos raíles deformados, cualquier cosa
que me encierra en una miseria de hechos, eso que es
ese enjambre de cantidades dudosas, estas lorzas de asfalto
derretido, las sucias pintadas en los muros
y los secos charcos de orín en las aceras. Ni la felicidad,
allí donde beben y bailan los kamikazes de barro
cuando fuerzan con colores su alegría falsa
en la instintiva adolescencia de las noches. Pero
aguanta

hasta que la noche
se desangre toda hacia una madrugada sin fruto.

Un poder iniciático mayor, mucho tiempo
sin que ocurra nada.

Vas a amar de nuevo el tiempo
cuando más fácil sea volver de nuevo
a la pradera donde las hierbas
tocaban tus rodillas, donde tocaban tus codos. Volver
donde cada gesto es la fuerza
de una arrebatadora eternidad de hechos
templados en la fragua de los fuegos lentos,
cuando un clavel de carne entre la carne
te haga perder para siempre el miedo a perder
los frutos de tu esfuerzo. Pues nunca hubo esfuerzo
donde estuviste solo en parte, allí, nunca,
si te resignaste a no ser nunca entero
y a ir siempre de lado. Esfuerzo es no dejar
la vida a trozos sobre el mostrador a última hora,
bajar el precio cuando nadie compra. Esfuerzo
es caminar allí donde la hierba no te deja ver,
donde tus pies se hunden en el barro y son ya el barro
misericordioso y sereno de esta
primera hora de la noche.