Cantar es librarnos de la esclavitud de la música,
tanto como hablar es destruir el lenguaje común
de nuestras sombras. Igual que habitar es huir
del recto sendero de los mundos creados.

Cantar es no pensar en nada para pensarlo todo,
pensarlo todo para darlo todo, para no quedar con nada,
ni con el olvido como la prueba de esa entrega, de algo
que se pierde como se pierden en el ciclón de los tiempos
las primaveras. Y si algo aún se mueve entre la hierba
debes rendirte a un caudal de hechos invisibles
que trazan líneas confusas como mensajeros indomables
dentro de la luz. Señal del primer
mensaje: «Dominarás una fuerza
porque sabes que el alma es al cuerpo
lo mismo que el cuerpo es al alma».

Hoy. Hoy es cuando puedes esperar cualquier cosa,
cuando una presencia fugaz te despoja definitivamente
de los momentos compartidos y te deja
de nuevo desnudo y de nuevo solo,
de nuevo naciendo en silencio hacia ninguna parte.

Hoy que vives entre tantos telones de luz viva
una vida que ya claramente se sostiene
sobre lo que vives, porque es la vida de la vida,
inerme ante los hechos, vida definitiva, intacta ante el destino.

Hoy que ya careces del don de vivir en mundos creados, careces
de la seguridad, el bien y el placer rutinarios. Y no te duele
porque sabes que en el fondo, en la raíz, está la locura
de una alegría olvidada. Y en cada dolor encuentras
la dulce enmienda de tus faltas.

Como la soledad. Que a todo lo falso lo convierte en falso,
todo lo refuta. Poco vale el mundo
cuando se espera. Pero uno se salva
porque la pasividad es hermosa, tiene sus pétalos abiertos
como una gran flor invisible. Esperar cualquier cosa
es un abismo luminoso en el que florece
las gracia de los gestos sin fruto,
lo que habla libremente cuando nadie quiere palabras.

Aquí queda todo. Las aguas, los bellos paisajes, aquí queda
la verdad que nadie conoce, la belleza que a nadie subyuga,
quedan mil tardes en calma paradas en el desván de los años.

Cantar es amar a raudales, amarnos para ocultar el daño
servirnos de esta fiebre clandestina, irremediablemente,
amarnos en lo más profundo como seres ruinosos
ocultos por el daño.