Cuántas veces cambiamos de opinión sobre la paz,
porque lo que se rinde no es la verdad de un país pequeño
sino la noche que pide distancia y tiempo, treguas
sin misericordia. Tantas veces se burlaron de las banderas blancas
y anunciaron con risas su llegada, tantas que solo el borde de la luz
se agita por vivir. De qué sirve poner la excusa del comienzo,
blandir el miedo a la pobreza cuando se agarran fuertemente
las manos sin compartir el símbolo de un beneficio abstracto
y se agotan los veranos en los que el tiempo reinó por encima
de todas las épocas, agostos en los que se dividieron los caminos
en las fronteras. Antes de aprender la primera palabra
algo nos atraviesa. Una sed que llama a la sal,
un hambre que llama al agua. Rabia inmóvil. Paciencia. Monte
donde el calor desprevenido se empotra como un cañonazo quieto
en habitaciones donde la desnudez abandona los cuerpos
y flota como un brillo de plata, lánguidos anocheceres,
atmósferas irreales. Arca de las pérdidas. Nadie es lo que niega,
eso lo dicen las hojas llenas de su temblor veraniego,
la belleza lo que no quiere expresar nada y que nos recuerda
que hay demasiada fuerza en lo que ignoramos, en lo que olvidamos
cuando cualquier palabra es negación, incluso esa que palpa
con sus sílabas carnosas el cuello de la vida
como un amante ciego o como un collar de fuego. No sé
decir nada, porque nada expresa
el deseo de verte aquí. La forma exacta
en que me ocupa más que placer, más que alegría,
más que existencia, esto que ya
es una luz inaguantable.

Necesitamos imágenes para ver
lo que no podemos mirar de frente. Pero lo luminoso
es por definición una membrana
y la luz es el cofre de la oscuridad.

Por qué negar lo oscuro si nadie es lo que aguanta
en este incendio de siluetas mudas. Por qué evitar pensar
que las palabras jamás dijeron nada. Que ciertamente fueron
formas parciales de una gran espera universal
sin que haya otra manera, sin ser posible
de otro modo. La voz nos hace ganar o perder,
pero el deseo es único, no fluctúa. La necesidad
es única. Y donde no es frondosa la presencia la voz
jamás es ya una voz. Números inmóviles,
disolución de las derivas. Humaredas
profundas, roñosas vetas de aire. No se trata de
contemplar lo cercano en un acto de autojustificación.

No necesitamos una metáfora que nos haga palpar
torpemente la vida. No podemos contenerla
No podemos mirarla de frente. No podemos
vivirla. El rastro de un pasado irrepetible. La lógica
de los enfriamientos rápidos, como caducan
las viejas formas de andar. Cuerpos lejanos
de contornos bien definidos. Grandes portones
y suelos de losetas hexagonales. Lejos he de construir
nuestra casa.

Cambió el sentido de la paz con el tiempo, hasta
que en esta sátira del devenir ya nadie es lo que sufre
ni el gozo sin contornos que se siente libre,
tampoco la despreocupada inmanencia infantil
que enmascara, fijada como una mueca, el fluir
de nuestros momentos de ocio. Plomo,
alcohol de plomo. Metales pesados cuya ceguera confirma
lo perdido y la desidia. Nunca más así. Esto es
lo que queda cuando quitas la falsa alegría,
el falso poder, la falsa amistad, los falsos días
teñidos de una ligera fosforescencia azul,
paciencia radioactiva, presencia eterna,
plutonio ritual. Nadie es lo que niega,
pero debes negar la imagen para disolverla
en una radiación solamente distinguible por tu alma.

Negar la cercanía para recobrar purificada
la presencia. Esto es la tierra. Esperado
libro de palabras duras, verdades
cada vez más frondosas, conceptos más frondosos,
vendaval procesado por mil sensores verdes
como corazones que mueren solos. Y por eso
encuentras cada viernes un nuevo estanque
de hábitos tristes, lucidez impersonal
que conviertes en una inmersión o vuelo ideado
al modo del fracaso sobre imágenes que brotan
de la perfecta división del trabajo. Cada ser
digiere a su manera su mezcla personal de
escasez y abundancia. Cada mamífero
va a hacerse pasar en algún momento
por una planta, pero no cuando necesite sol
sino cuando no se sienta querido por lo que ama,
y eso que ama nunca será, por mucho que lo intente,
una simple efervescencia de clorofilas celestes
ni el esqueleto de una planta, sino el efecto colateral
de un nuevo tipo de turismo climático, un eco
de ficciones naturales que crecen como helechos
en bosques de distancias.

No veo tu rostro. Veo preguntas. Veo ideas
un muestrario de pasos obsoletos, un mar de letras inertes,
tatuadas en el cuerpo de silicio, contra la imagen global
de los detalles arqueológicos. Difusión de un simple color
que jamás ya será natural. Naturales son
las raíces de las taxonomías, las marcas, expresión
caducifolia de los colores numerados. Obras numeradas
seguidores numerados, cuentas corrientes
abiertas por. Montañas de transformaciones secundarias,
eso será la paz. La repercusión de ser agraciado con lo mejor
solo para que sea posible olvidar la muerte. Sensatez.
¿Quién comprende la relación de tu presencia
con eso que no es tu cuerpo? ¿Quién te vio venir
no ya como una rama, no como un tronco, no como un alga
unicelular y a la deriva, quién vio ese esqueleto
de deseo que acepta ya hasta una piedra
como alimento? ¿Quién ve crecer
esa soledad que se alimenta de soledad,
el sol que se alimenta de sol, la destrucción
que vive de una destrucción más profunda? Acaso
exonera la paz haciendo algo similar al fuego con palabras,
como puños de ceniza que se hunden en el río, sí,
pondremos nombres de animal al río.