La vida abrasa las medidas,
nada grave, todo lejano para quien cree en todo,
puede que los inviernos terminen donde aún
se detiene más lo quieto. Es que hay una muerte
que cabe dentro de la muerte, igual que se abandonan
los abandonos. Lejano, como pétalos cósmicos,
como el aroma de las leyes fundamentales
de la física. Perdido, como las selvas
en las que una salvaje vegetación impone
el imperio de la clorofila a esas grandes
poblaciones de animales que recorren lentos,
casi inertes, los viejos ramales de los infinitos ríos. Siempre
hacia los grandes estuarios del ser. El silencio
ha demostrado ser la primera y última moneda y frente a él
el bien y el mal parecen cargados de una torpe banalidad infantil,
como el residuo de un aprendizaje inútil, como un capricho
cargado de una vaga languidez estival, piensa en aquel verano
en que no ocurrió nada. Nada. Pero no por ello
va a perderse la voz. No puedo callar
porque ya mi silencio guarda tus palabras. Creo en todo,
llevo dentro los latidos de tu generosidad y ya todo está
para siempre dentro de mí. No te necesito. No me necesito,
el mundo es ya quien lo dice todo. Cada adiós es ya la flor,
cada adiós es el cofre. Y cada verdad, la enigmática sigla
de un nuevo horizonte. La ausencia, la espalda dulce
de lo que ya no mira, eso cuya respiración
ya lo habita todo. Allí, de espaldas a nuestras espaldas
seremos como fuimos: conociéndonos y desconociéndonos
a un tiempo. Porque las formas terrestres conservan,
cuando nadie las mira, el secreto original
de todas las posibilidades. Porque cada cosa es el himno
de todos los órdenes y de todos los desórdenes,
el conjuro iniciático que todo lo muestra intacto,
la válvula que impide que se repita el pasado. Sí, ahí
el silencio tiembla, irradia, clama. No necesito nada,
ahí se conserva intacta para siempre la novedad de tu llegada. Puede
que la distancia sea el encuentro. Sin saberlo, cada vez más grandes,
siempre solos, siempre hacia adelante. Siempre
algo que parece nada y nada que parece algo. Aprendimos
a caminar descalzos, a no esperar respuestas, a no entender
los precios ni el falso valor de las costumbres. Más allá
de las comparaciones. No somos únicos ni parecidos.