Ya, la temperatura sin puntos y sin bordes,
la superficie sin límite de horizontes
encarnados en una gota de botella
de Klein. La fiebre de amar y florecer,
de llenar de vida lo que se toca sin
las manos cuya ofrenda no es otra
que esa quiromancia de tiempo regalado,
las lentas maceraciones de brozas y polen,
lentas secreciones de resinas, daños
atrapados en ámbar. Esencias cuyo aroma
delata la firme decisión de no desistir,
pase lo que pase, después de nuestro ahora,
cuando de los charcos y de las cortezas
brote el vegetal de nuestras madrugadas
y el barro sea el magma de la palabra.