Una serenidad indomable, una lentitud
mayestática y devastadora. Los ojos
ante los cuales aquel día y quizás hoy
todo se hace pequeño. Nadie más que tú
mira de frente y solo tú has visto los ojos de la vida
y sabes que son pequeños y negros. Nada es familiar
a quien lo conoce todo, unos segundos bastan,
en ellos se multiplican los años descorchados
impunemente en los nidos del tiempo donde las noches
son eras geológicas para las vidas mermadas. Son
imposibles la decisiones firmes pues ya vivir
nos aleja siempre de nuestro propio corazón. Pero quizás
aún vamos hacia el mundo de nuestra pureza si de momento
logramos salvar aquella sensación de asombro ante la belleza
y volver con ella a nuestra profunda inocencia, vivir hacia ella
la dulce mendicidad, la gran paciencia. Si ya casi hemos
hallado la manera en que lo eterno que hay en todo
viene a ser la única fuente de vida irremediable, de voz
abierta. Ya conocemos ese latido indestructible que nunca siente
la amenaza de la la muerte. El abrazo indestructible, el encuentro
por el que resuena en los cuerpos la señal de una alegría universal,
la música imperceptible de todos los actos humanos, esa unión
más allá la hospitalidad del comer y el beber. Ese convivir
como si una mañana pronto alguien llega y en las ventanas de repente
se cuece la luz y se respira una aire nuevo en el que tiembla el oxígeno
desde las raíces materiales de su voluntad, y tiembla en nosotros
la fuerza de los cimientos, las fundaciones, y el cuerpo entonces
es nuevo. En esas mañanas la transparencia del cristal es a veces
la primera la lucidez que produce una ausencia. También si no están,
si no tienen nombre, esta luz aún se arrodilla ante sus ojos, porque
también dan su vida por llegar al encuentro. Por bajar por ese camino
entre flores al río, solo por ver el reflejo de la luz en el agua desnuda
que nos hace imaginar la coincidencia mayor, esa gran forma de amar
que aún no existe. Son los silencios en los que se mueven los ángeles,
el lugar donde sus alas son una voz cuya presencia no se proyecta ya
sobre el mundo, porque son una mirada hecha de luz, la única mirada
que te permite verte. Lo habrían dado todo. Todas las noches,
todos los amaneceres y todas esas tardes amarillas
en las que se derrumba la luz y sus restos corren
hacia el rayo diciendo adiós campos, adiós muros, adiós sol,
adiós desventura. No me encontrarás donde respirar es vida,
la casa en la que cada hombre encuentra su forma. En qué
mejora el mundo si alguien cree tener la virtud de rechazar
frente al juego de cuestionar. Ese no de entrada
cuando no eres un elegido. El no a tus palabras,
el no al lenguaje de tu cuerpo. La realidad
ya nunca les hace soñar. Pero recuerdan
el sonido del tren en el túnel. La voz
de los actores de doblaje.
En qué dulzura duelen los abrazos,
ante qué amor todo lo que se ama
queda reducido a odio. Hacia qué luz
indescriptible los ojos se comportan
como piedras. En qué camas el frío
agotó la parte estéril del deseo
si ya solo respirar es vida.