La alegría de vivir fue un descubrimiento. El animal no siente alegría de vivir. Puede sentir alegría de no haber muerto en las garras de algún depredador. Puede surgir de una acción conjunta o inconsciente que se manifiesta en ritos y formas artísticas arcaicas. Puede recuperarse a través de un impulso visceral como el de Nietzsche, que pone todo su pensamiento a las órdenes de algo que no está socialmente organizado, algo que no tiene una función social clara. De ahí surge un cierto malestar: parece que la alegría de vivir ya no puede ser objeto de una experiencia compartida, que más bien ocurre lo contrario. Ser fieles a la alegría de vivir nos condena a la soledad.

Cada expresión cultural lleva consigo un hueco que intuimos, que nos hace sentir incómodos y en casa al mismo tiempo. Nos hace sentir que el desamparo es una constante existencial. Podemos convertir el desamparo en un signo metafísico. Ver toda la existencia bajo el cristal de la pérdida. La muerte, la separación, tan reales, tan innegables, nos permiten compartir el rito secreto de la carencia. Parece que estamos unidos por una sensación omnipresente de decepción y renuncia. Nuestros hijos no heredan la esperanza en el futuro, sino la implacable determinación de compartir la sensación de vernos arrastrados por una avalancha.

Las formas ya no expresan la plenitud del cosmos, sino la despiadada incompletitud de cada nivel de existencia. El vacío en la materia, la sequía en la planta, el hambre en el animal, la soledad en el ser humano. Cada nivel de existencia se define por una carencia que siempre acaba triunfando. No nos es dada más posibilidad que la de disimular o postergar esa carencia. Ese parece ser el juego en el que todo ser cae. Querer vencer en dicho juego es imposible: hay una ley absoluta que marca los límites de lo posible.

Solo queda la posibilidad de optar por una pérdida astuta. Asumir la derrota deformándola. Hacer de la carencia una catedral, de la soledad una multitud, de la muerte una vida. No hay que superar ningún listón, no hay que conseguir nada. Hay que perder y perder. Cuando tengas más sed que nada la propia sed se convierte en agua. Cuando tengas más hambre que nadie el hambre será tu alimento. Hay un momento en el que cada vacío surge como una presencia de modo tan radical que las anteriores compañías no parecen más que espejismos. No se trata de dañarse. No se trata de morir. Se trata de vivir con toda la fuerza debajo de la muerte, una vida infinitamente más neutra que todas las muertes, una vida que condena la muerte a manifestarse con todo su cuerpo y con todas sus múltiples esencias.