Nada temo. Conozco la belleza
de las desesperaciones confusas,
el peligro de la intimidad sin bandera,
me agota el amor que no cruza
de un extremo a otro
la realidad. Y si poco pido
es porque al final el miedo
es lo que descubre la luz
y lo poco que queda todavía sobra
y lo que falta no sería suficiente. Siento
la belleza de no estar en condiciones de pedir
ni en condiciones de soñar, la anarquía
celeste de entender las voces cuyo tono
ya expresa lo que nadie quiere decir
y al bajarse el telón de la felicidad intuyo
que poco cabe entre estos límites cuando la vida es solo
un río invisible que desborda las inundaciones definitivas
de los océanos ahogados en la nada. Mira,
lo que te muestro en mi mano es la duración restringida
de lo que puede sentirse. Eso es una estrella que nadie
conoce, un latido que destroza
todos los corazones. No van a durar tanto los signos
ni a van volverse a pronunciar en su torpeza estas palabras,
no se condenarán tus rizos en mi boca
ni sentirán las calles nunca más las cosquillas
de los galgos en la acera. Los tronos de los dioses
son de hielo y el hielo es la verdad
que a mí te toca. Delante de mis ojos el invierno
abre sus puertas.