Relaciones gestionadas, es importante entenderlas fragmentadas, contenidas. Esa fragmentación se corresponde con modos de intimidad que se asignan a experiencias concretas: la de las palabras, la de la carne. Es inevitable que surja una idea de intimidad matemática, cercanía física, tiempo que se concede. Cuando no ocurre eso se llega an cierto grado de confesión basado en la confianza de que las palabras no van a hacer cambiar nada. La intimidad que surge de estas maneras no puede dar la relación con un tú. Es una relación mundana basada en la cosificación.

La intimidad no puede regularse mediante categorías ni mediante medidas. Es la pérdida de medida y de categorías. Es lo innombrable, lo que exige ejercitarse cada día para seguir existiendo. Una relación que no es íntima siempre puede resumirse con palabras. Lo íntimo que no se mantiene se pierde para siempre, porque todas las palabras son inadecuadas. Por eso necesitamos hablar mucho después de una relación que se acaba. La falta de intimidad se demostraría en palabras adecuadas, sería el verdadero consuelo.

La intimidad es quizás una mezcla de cercanía y lejanía. Es la cercanía imposible que le obliga a uno a asomarse una y otra vez al precipicio de la distancia infranqueable que siempre está de fondo, y la distancia tensa que habla de la cercanía inevitable, que conduce a ella. Eso no lo veo en relación directa con el cuerpo ni con las palabras, sino con constelaciones más amplias de sentido en las que el cuerpo y las palabras no son más que fragmentos a la deriva en un mar de relaciones indescriptibles, relaciones sin una forma propiamente dicha.