Tengo la certeza de que existes, pero hay una posibilidad de que ya no seas más que el producto involuntario de mi imaginación. Estos pájaros que veo ahora me hacen pensar en ti. Se dirigen a tierras más cálidas. Creo recordar que todos los años recorren el mismo camino. El extraño sentido de un magnetismo. Yo siempre he creido que siguen el rastro de un calor imperceptible. Me acuerdo, porque de repente no sé cuál es la diferencia entre lo imperceptible y lo imaginado. Sospecho que en esos pájaros vuelan con un motor en el que a veces perciben ese calor y a veces lo imaginan. He visto esos pájaros y de repente sé que tú también los has visto. No sé qué es lo que viste aquel día en el Arus n’Gael. No recuerdo lo que te dije, porque yo ni siquiera quería despedirme. Era un ser destrozado. Han pasado tantos años y aún me pregunto por qué pudo quedar en mi mente la incapacidad de separar lo que ocurrió y lo que pensé o soñé luego. Son normales los fenómenos mentales de este tipo. Fallos de memoria, falsos recuerdos. Pero me pregunto por qué tuvo que ocurrirme a mí eso. Claro que me quedé con la promesa de volvernos a ver. Y claro que nos vimos. Y hablamos de esa promesa de forma cansina y vulgar, parte de la constatación de que había que anudar algo que para el resto de los tiempos iba a manifestarse dentro de mi como irremediablemente cierto y falso. Eso parte de mi brújula. Eso marca una dirección que no me lleva hacia ti, sino hacia el secreto de cambiar de estación manteniendo el mismo clima.