«Amar es reconocer que los demás son otros, y no criaturas de nuestra imaginación» [S. Weil]

510 / ¿Pero es suficiente la vida? El problema de toda idea de ‘superhombre’ es que sigue creyendo en un estado de plenitud inmanente. Para el más allá de la vida, para ese ser cuya forma de existir diste tanto de nuestra vida como nuestra vida de la materia inerte, la vida sería irremediablemente lo mismo que para nosotros es la materia muerta. Pero ese más allá tendría otro más allá. Lo que hemos de hacer es vivir lo que ya tenemos de eterno. Ese es el único sentido posible de la inmanencia. Es difícil ver las cómo puede afectarnos la posibilidad de esa forma de existir, porque no la podemos imaginar más que a través de figuras religiosas cargadas de prejuicios morales. Quizás para lo único que nos sirve de entrada es para sentir la obligación moral de abrazar la materia. Pero sentimos que la vida es más que lo inerte y nuestra mirada al más allá nos obliga a vernos como muertos. Por eso la fuerza creadora acaba siempre llevando la necesidad de vincular opuestos [1]. Toda la materia es igual de sagrada. No debemos entenderla como la materia que únicamente percibimos. La materia es la lucha de algo por ser percibido sin percibir nada. Algo que habita en la más profunda oscuridad, pero solamente con el deseo de ser percibido. Eso es un augurio. No querer vivir, querer que otros vivan la inmensidad de una forma pasiva en la que no pasa el tiempo, porque nada siente. Es la clandestinidad inmaterial. Y esto supone que el arte se ha perdido para siempre cuando la mirada del artista se inmiscuye entre la materia y el ojo. Ese artista que tiene un nombre impide el encuentro. ¿No puede ser de otra manera? ¿Qué formas de encuentro permite –aún– el arte? Poco más que la simple admiración cosmética, que nos recuerda a nuestra atracción sensual mutua. La mirada del artista proviene de los restos de las fuerzas de una época en la que la capacidad de sentir está condicionada por una experiencia tecnológica. Debemos estudiar lo que es transmisible a través de una determinada disposición tecnológica que no es la vieja materia inerte. Las sorpresas desaparecen al instante. El amor postromántico dura lo que dura el esfuerzo máximo de nuestra imaginación. Por eso, si queremos mantenerlo, debemos entenderlo como una entrega material, como algo carente de vida más allá de la vida. Tras el embrión, el feto puede considerarse como una saturación sensible. Un caos de sensaciones carente de funcionalidad alguna. Solo poco a poco el niño, en sus primeros años de vida adquiere las pautas de la socialización y la instrumentalidad. El cuerpo ya no sale al mundo, sino a un teatro mediático compuesto por imágenes de la periferia (el viejo mundo sensible). Son imágenes estructuradas, organizadas en niveles de deseabilidad. Con ellas debe salir a la periferia él mismo. Es mediante ellas mediante las que debe encontrar nuevos caminos y producir nuevas síntesis que volcará en la matriz central. Solamente podrá ser amado mediante la supervisión de esa matriz central. Su cuerpo forma parte, desde el mismo inicio, del exterior. Toda su memoria anterior hace tiempo que fue borrada.