Nada nuevo bajo el sol. No hay Jetztzeit, solo un tiempo homogéneo y vacío [cf. Benjamin]. La especie humana ha cumplido su cometido. Ha dado de sí todo lo que podía dar. Hemos descubierto todo lo que podíamos descubrir. A partir de hoy las tardes se cierran con una sensación de desconcierto. Ese mañana que antes se esperaba con absoluta incertidumbre ahora nos devuelve lo ya conocido. Lo que cada día surge es vivido como un eco extraño en el que se mezcla lo que ya conocimos con lo que el mundo ya conoció. Quienes llegan eligen entre un amplio catálogo de ritos y prácticas comunes, de formas que insertan en contextos predeterminados para dar lugar a los nuevos estilos de visibilidad social, modulaciones de un flujo constante de información que, desde hace décadas se mantiene estable como las aguas de un pantano. Nosotros somos como seres microscópicos que corretean entre signos superficiales, nos repartimos fragmentos de atención y nos repartimos cuerpos. Esa es la novedad suficiente, una novedad de rendimientos sociales que nos permite creer en la renovación del universo. Esto es lo que Veblen definía como honorific waste. La miseria comunicativa no reduce la intensidad del efecto. La repetición genera la sensación del eterno retorno por el que el tiempo es, simplemente, una tautología a nuestro favor mientras ignoramos la muerte.

La hiperespecialización es la economía general de los seres microscópicos. Cuando no hay nada nuevo uno puede siempre fragmentar. Hay tierra suficiente mientras la población permanezca estable. Pero el residuo son seres agotados, son humanos neutralizados, sin provincia sígnica. Seres sin voz que se entregan a la rutina del trabajo. Seres para quienes la comunicación tiene ya siempre una mera dimensión funcional. Para ellos el lenguaje ya no es la casa del ser. Saben que son esa membrana de humanidad que más está en contacto con la máquina. Cualquier computadora es capaz de predecir sus gestos.

La suma de todas las especializaciones es la sociedad-trampa. La sociedad cuyo punto de cierre es la instrumentalidad circular. El éxtasis místico de la negación de la vida donde no hay diferencia entre la imagen del mundo y la autoimagen, pues todas las funciones son estructuralmente intercambiables en la sociedad homogénea. Nos ven como nos vemos. Nos vemos como nos ven.

Neutralizar la diferencia mediante la repetición. Reducir el poder de las variaciones.

El viaje de regreso. La civilización es un viaje de regreso. El avance técnico nos permite un regreso a las primeras pulsiones, esas que han permanecido siempre latentes, transformándose en otros tipos de deseos, sepultadas por otro tipo de necesidades. El mundo organizado según los principios de la cibernética permite la satisfacción directa de todas las necesidades básicas.

Hay una pulsión que no es alimenticia, no es de ningún tipo de placer.

El peligro son las falsas imágenes del origen. Los falsos sueños.

No te fíes de las plantas. No son los árboles. No es la hierba. Son mecanismos de la sociedad-trampa. Si no han sido plantadas por una máquina han sido protegidas por la decisión de otra máquina. Buscas en ellas lo que las fotografías te empujaron a ver. Desde hace tiempo el yo es una figura mental. Tu identidad es un residuo de mezclas prediseñadas de imágenes. Una figura mental que se te impuso como se te impone un traje, un trabajo, cualquier otra disciplina. Las dinámicas de red son restricciones a gran escala. El regreso está al nivel de la tierra. En ese plano en el que la superficie se ve de lado.