Da la dureza de la piedra. Oí que un hombre perdió la sensación de fuerza. Incapaz de saber la fuerza que hacía con la mano. Qué ley puede aplicarse a sus acciones. ¿Llegará ante un tribunal al final de sus días? De hecho, no comparecen ante el tribunal de Osiris los seres vivos, sino las fuerzas sin nombre. No es tu vida ahora la que recordarás. En aquel tren me tocaste con una mezcla de deseo y compasión. ¿Solo por eso me duele tu muerte? Extraños, llegan juntos desde lejos. ¿Qué hospitalidad puede merecer tanta gente? Y por qué tengo yo tan pocas palabras. No quiero ser esclavo del camino. No quiero que mi voz confunda otros misterios. Mis palabras no son más que ceniza. Ni ceniza: la voz de lo que nunca nació. Una fuerza que nunca tuvo sensación de fuerza. Hay que parar los sueños. Nos hundimos en la misma esperanza, como verdades extrañas que no se reconocen. Verdes parajes que se pierden en la historia. Respetar a todos los muertos. Tener las llaves de todas las casas. Soy uno entre tantos esclavos que caminan a las orillas del Nilo. No es la planta, es el viento. O ni el viento ni el aire, ya ni el vacío la sirve como metáfora de la vida humana, ya ni la palabra, amenaza de la vida humana. Imagen que perpetúa y aniquila. El sol es la planta más secreta, pero tampoco ninguna planta es el abismo que mece tu esencia. Tanto que si hubiese quedado aquí el alma, volvería a tu casa aún más cansada y ni la conocerías

porque un animal muerto la llevaría por lugares
que no han sido nombrados,
porque no todos los lugares nombrados pueden encontrarse,
y por sus nombres ya sé que en tus entrañas
hay un órgano dentro de tus órganos
algo vivo dentro de tu muerte, y me desprendería
de esa piel, de ese cuerpo. Pero lo que no se nombra

permanece vivo, intacto, como una lumbre
de funciones espectrales que conjura
el miedo al mal interior, ese que no se sabe
si es propio o contagiado, pero

entraré vivo en el círculo de serpientes
y pondré en mi voz todas mis caras.

Veo todavía las imágenes más frondosas, la más potente naturaleza que agota sus frágiles nervios leñosos hacia una savia leñosa, recia, viva de la dura lactancia del control total de los procesos vitales. Posee cada órgano su propia sabiduría, cada parte entiende a su manera la gran totalidad.