Palabras como “misticismo” o “ascetismo” están muy lejos de las prácticas originales a las que pretenden referirse. Son productos de un esfuerzo analítico y comparativo posterior, es decir, son el resultado de modos de pensar y de sentir que no tienen nada que ver con las experiencias originales que intentan explicar.

En el caso del misticismo o el ascetismo es absurdo querer llegar a cierta comprensión de esos fenómenos a través de ningún tipo de explicación. No porque no pueda haber explicaciones, sino porque las explicaciones tienen una validez que se limita al juego simbólico de quienes las manejan, siendo absolutamente innecesarias para el supuesto místico o asceta.

La experiencia del místico o del asceta es una experiencia caracterizada por su inmediatez y su integridad. Las explicaciones son parciales y atienden sobre todo a hechos diferenciales. Sirven para separar, en vez de para unir, sirven para enfocar, en vez de para mezclar. Separar y enfocar son experiencias que, si se presentan de alguna manera en el místico o en el asceta, acaecen de modo meramente residual o secundario.

¿Queremos entender realmente la vida de una rana cuando la diseccionamos? Queremos controlar su naturaleza, adquirir algún tipo de poder en función de ese conocimiento. Nos tranquiliza o entusiasma saber que compartimos ciertos órganos con ella. Pero si queremos ser una rana tenemos que desprendernos de ese conocimiento.

El conocimiento es un logro que nos lleva a otro logro. Pero quien considere el misticismo o el ascetismo como un logro no se ha enterado de nada.

Es absurdo pensar, y conlleva cierto grado de obscenidad, que uno puede aspirar a ser un asceta, proponerse unos medios derivados de un aprendizaje y sostenidos con un buen grado de rigor o disciplina le devuelvan al cabo de un tiempo a uno convertido en un logrado asceta. Quien piense que esto funciona así no se ha enterado de nada.

Algo muy similar ocurre con los términos ‘filósofo’ o ‘poeta’. Quienes los usan no se han enterado de nada.