No tengo palabras para la tierra. A gran escala, cada vida, se desprende de unos hechos concretos y se reduce a un latido global sobre todo. Ese latido es inespecífico. Lo tiene la piedra, el animal pequeño y el grande, la persona y la totalidad del lugar. Los espacios se sincronizan con las partes. Así ciertos lugares expresan mejor el latido personal. Eso no es un sentimiento, tampoco un ritmo. Es una frondosidad inexpresable porque tiene como estructura formas de simultaneidad que no se pueden reproducir analíticamente. No se puede hablar de la tierra poniendo una palabra antes que otra. Lo último que debemos hacer es caer en una falsedad descriptiva. Un ruido, un olor, una sensación que delate el paso del tiempo. Sería tan fácil como difícil es separar en estos momentos lo que pasa fuera de estas palabras vacías. Los grillos se hacen notar. Pero cómo podría dejar fuera lo demás. Cómo podría decir que un grillo no es un sonido, sino un hábitat en el que mi vida jamás aparece. En el que ni la arena es arena ni la luz es luz. Es una ignorancia mutua es una incapacidad que no se resuelve estéticamente. Ni ecológicamente. Expresar lo que es esta tierra supone la imposible necesidad de imponernos y eliminarnos al mismo tiempo. Puedo decir:

Aquí estoy. Respiro algo que ya no es aire.
A nada llamo por su nombre. Me desintegro
en algo que ya no son sensaciones. Es el presente,
el pasado, hitos del tiempo como hechos de feria
en los que se mezclan el ahora y el siempre
para descubrir el mismo nunca que todos compartimos
y que todos nombramos en el misterio
de cada saludo.

No sé si quise encontrar el lugar que expresa mi latido o vivir en el lugar en el que yo puedo transformarme. Las vidas de los demás suelen ser el lugar y el momento en el que les sorprende la muerte. Ciertos lugares expresan el latido, otros el silencio que necesita el latido para diferenciarse. Es el mismo ritmo. Figura y fondo siempre reversible. Tierra es el cristal para la mosca. Tierra es el aire para la luz. No tengo ninguna convicción material para realizar una descripción de lo que sería mi tierra. Si hablo de tierra no es porque vaya inundarte una sensación telúrica, transmitirte un modulación orográfica, ni vas a sentir si el suelo es duro o blando, ni ese olor de la tierra, esa mezcla de polvo y hierba seca. Pero vas a buscar a tu alrededor. A sentir que no está claro si es en las piedras, en las plantas o en los animales donde está lo compartible. Pero que hay una columna de hechos mediante la cual, cualquier lugar en el que permanecemos, se convierte, inevitablemente, en un lugar sagrado.