¿Puede llevar el mismo grado de idealización? El autor del chamán de la cueva de Trois Freres realiza una figura —hoy indescrifrable— en la queconvergen un elemento descriptivo y otro imaginativo en lo que parece un gesto ‘mitológico’. El dibujo realizado por Breuil, miles de años más tarde, si lo pensamos fríamente, está cargado del mismo tipo de mitología. Si en el original la mitología es algo natural (el animal, el ser humano, o cualquiera de las mezclas posibles), en Breuil la mitología es la representación misma: no busca tanto el animal o el ritual, sino lo que parece tener en mente es la búsqueda de la creencia, es decir, la visión del ‘artista’. A Breuil no le interesa pensar que los chamanes existen, sino que son un contenido imaginativo de alguien que, teniendo alguna relación con los mismos o sin tenerla, los posee en tanto que formas imaginarias plasmables en la pared de una cueva. La ‘magia’ no está en el ritual chamánico, sino en la representación misma, posterior, en un acto originario de segundo orden que hoy llamaríamos ‘documentación’. Breuil dibuja, sin ser consciente de ello, la imagen y la imaginación. Esto sugiere que hay un punto en la historia en el que se produce un pliegue: desde un determinado momento (llamémosle Barroco, conceptual o lo que queramos) cada imagen viene cargada con una reflexión, voluntaria o involuntaria, sobre la imagen misma. Y eso es una capacidad que se convierte en una condena. Del mismo modo que el rey Midas toca en oro destruyendo lo que ama, la mirada contemporánea nos transmite los mecanismos de presentación y representación separados del contacto directo con las cosas que representan. Hay contacto con el creador. Pero, en la ausencia de contacto directo con la realidad, tanto el creador como el espectador flotan en un espacio vacío hipnótico, metafísico, tan sobrenatural como catastróficamente vacío. A partir de ahí se deja de representar lo que se mira. Cada acto creativo lleva consigo cierto miedo a la interpretación, porque cada vivencia impersonal y originaria del mundo se convierte en cada imagen en un acto de representación en el que se juzga el mecanismo de transmisión más que lo transmitido. Somos aplaudibles o condenables no en lo que vivimos, sino en nuestra forma de transmitirlo. Lo curioso es que la creciente dificultad del arte para transmitir vivencias directas se basa en un dispositivo hermenéutico que desplegamos instintivamente: en contextos sociales densos (en particular el de las redes) la realidad en su conjunto existe como un elemento del que extraer imágenes que deben sostenerse por sí solas. Extractivismo en el terreno de la imagen es convertir a la realidad como una mina de imágenes para crear un mundo nuevo, virtual, constituido por relaciones entre imágenes y los efectos de esas imágenes. Es en esta cámara de ecos donde surgen nuestras mitologías. Si lo pensamos bien, nuestra ingenuidad es mayor, porque lo que sostiene nuestra creencia en las imágenes ya no es una realidad, sino nuestra creencia en la importancia y el significado de los actos de representación. Esto nos lleva a la paradoja de que hoy somos, al mismo tiempo, más inteligentes y conscientes, pero al mismo tiempo más fanáticos.