Tus manos buscan una hondura sólida y misteriosa.
Pero no serán ellas las que cierren el telón de las formas
porque aunque haya un escenario maldito
ya no eres tú. En cada una de mis renuncias, viva para siempre
solo hay una agotadora luz, una silueta inmóvil. Caducan las horas
en las pesadas tardes donde descansa la anarquía furiosa
del silencio. Y en ese umbral, se espera otra decisión. Destino
al que no llega ningún corazón honrado. Ninguna voz sincera.

Ya no estás, ya no se recoge la fruta de aquel árbol, solo
cae, y tampoco queda una mentira que disfrace
el tiempo en cada instante. El crudo invierno nos impone
sus leyes. Caminaremos inconscientes otras calles
en procesiones de nueva fe. Habitaremos la censura de lo real,
de lo que cuanto más se falsea, cuanto más se amaña,
más fuerte, compacto y claro, emerge al otro lado del tiempo.

Cuánta paciencia me concedes
a mí, que solo fui un hueco vacío
en el árbol de tu generosidad.

Piensa tu frente su propia vida y en ese espacio germina,
como la clave del despertar, no la semilla, sino la labranza.
Pero solo allí, donde se nace a la desesperada, donde una materia
solo siente fiebre y vértigos y acepta la tensión de su base a tientas:
aguanta, mantente. Antes de hundirse vuelan los barcos
y antes de saber caminar se pone de pie no solo el animal
sino el fuego y la humedad que también allí se yerguen rígidos.
Porque el primer impulso siempre es interior, es el borde de la luz
comiendo como la fiera que desnuda su hambre ante el alimento,
como quien regresa puntual con la memoria de un hecho impreciso.
Tendrá la sensación de querer hablar, el sueño de despertar,
algo que no es deseo ni necesidad, y que desemboca
en un silencio que resuena en la inmensidad de Dios.

Cada noche abre un cofre de esperanza y miedo
y cada corazón en su tersura asume el sentido del todo,
creyendo que se hereda el susurro del aire encadenado
a los molinos, que se aplaca la lenta evolución del viento
cuyas ráfagas esculpen la firma de esa agonía sin revelar
en la que se llenan los cuerpos de ritmos mudos
cuando dan al alba su alma al vacío. Y aún tiemblan,
mientras un aire monstruoso se extiende por el cielo,
eco de una luz vespertina y ya sin tiempo. Ritmo
de lo que con mansa constancia falta, sin suerte ni torpeza
que le de la gracia. Creerán que todo se hace alma
cuando nada es aliento, pero esta noche lo que se percibe
es el lento fluir de lo inmediato, una ajetreada tardanza,
la implosión de los puntos cardinales en ese amasijo de voces
cansadas que baja por la calle y que llega al río.

Y es que no se mantiene el amor a la altura de las cumbres,
de lo que se es, sino en lo que nos merma, nos ata y nos corta,
en un simple miedo distinto y compartido por el que el destino
no se hace fiel a ningún siervo. Pues no es completa la morada
ni la herencia de una costumbre ya nunca inocente:
no es lo real el tedio ni el placer, ni el hambre ni el hastío,
pues en el camino del ser solo queda el recuerdo y la búsqueda.