Todavía paciente, pero ya hundida en un mar
templado y profundo, a la deriva,
hacia una fosa de cólera y fraternidad, sola en su envidia,
la mirada clemente de que quien junto a otros perdona.

Y una bondad adocenada y sumisa, un nido de odio,
una marea de estigmas y el vértigo de la fragilidad.
El pánico tardío de quien sabe que ya no respira,
que ya no existe entre tanta justicia ciega,
entre tanta mano invisible y tanto rumor demente.

Cuando la tierra da su Estado y una ley primordial
a hombres cuyo destino era callar. Ahí se define el mundo
como el lugar de los pasos que llevan a casa. Una avenida
de árboles cortados por una gran causa, acera por donde desciende
el cuerpo a la vergüenza y la halla desnuda. Y cierta humildad
decide que todo sea cuerpo. Donde los oscuros elementos
ceden a una certeza mayor. Culpable, porque sabiduría
es conocer la ley que se da por detrás y bendecir la palabra
que por su causa deja de darse por delante y a mansalva.

Antes de que otro dolor te llame
y de que tu frente abstracta te agote en una nueva penumbra.
Antes de que pase el tiempo y de que se estreche
la cama tardía y sepulcral de quienes no logran
ni perder. Antes, pues no es la dificultad de lo estéril
sino la obsesión de una violencia tozuda. Lo grotesco y lo peor
del precipicio que surge dentro de lo dentro y cuya altura
es una rigidez espeluznante. Conocerás ahí el nervio que vibra
en cada semilla. Porque las tenaces manos del futuro,
manos de la tierra sin memoria despojada de sus muertos,
son las que lo extraen todo, las que nos rescatan
una y otra vez de entre los muertos.

Aguarda esta luz, avanza
entre sombras movedizas que disciernen
la blanca espesura
y los troncos desechos
de todos tus árboles de acero.

Porque hay una escuela de vivir que admite el desastre,
el hermoso fracaso de las rosas, lo poco del mundo en la alegría
de un pensar más amplio y un sentir más fuerte. Qué santo
es el abismo que separa lo posible y lo real. Esas distancias
son las espaldas de Dios, la estructura de la soledad crucial
que nunca abandonamos. Nuestro lugar. Lo único vivible,
el destino común que resuena en cada paso que nos lleva