Mundo. Hueco que deja en su huida
un dios vagabundo, cuando sus ojos terribles se apartan
de la nada que es su espejo. Cuando su deseo de ser,
reducido a cuerpo solitario, a torpe brizna de luz que esparcida
vuelve, es ya la miseria de una bondad sesgada, esquiva,
tal como los días que, al fin y al cabo, seguirán pasando indiferentes
y nuevos para otros ojos más torpes. Ojos menores que mueren
aún encerrados en sus medidas y en sus alfabetos. Tosca obra
por la que todo es una pobre paciencia oscura de fuerzas circulares,
ley por la que los fines se hacen más claros según avanza la historia,
porque los motivos permanecen y el sentido naufraga en lo oscuro.

Hasta el día en que tu voz cante igual que una vida diferente.
Aunque sea un eco el testigo del tiempo, lo que cuente los latidos
que mas lentamente germinan. Sí, vendrá
esa gran cosecha, símbolo de todos los símbolos,
y un hombre rendido creerá en en su añoranza temblando
como tiembla el recuerdo cada vez más infrecuente y más igual,
pues recuerda pocas veces y siempre lo mismo. Y todo es fe dócil,
mirada profunda que se ratifica siempre en entredicho
entre tanta abstracción y tanto signo supremo que detenta
el recuerdo de una posibilidad perdida, el fuego embrionario
de un universo mayor, más allá de todo código y sistema.

Esta tarde de cenizas soñolientas el tiempo lo fueron las vidas
sin rastro. La delicada agonía de quienes quieren recordarlas.
Pero tanta, tanta será la memoria que odiaremos a nuestros muertos
como a una muchedumbre feroz que exige una atención inmerecida.
Morid, morid en consecuencia, porque sois ajenos al nuevo destino
y vuestra vida apenas fue un caudal insoportable
de corrientes de memoria tercas como ríos fríos de muerte,
«Calla, acaso somos algo mas que columnas de imágenes,
acaso la verdad será solamente un día inolvidable, ya no un azar del cuerpo
sino otra angustia, otra llamarada, otra rabia altanera
y marcial». Inteligencia meramente circunstancial.

En el eco, el don de haber vuelto a la esperanza de lo perfecto,
la tristeza de medir formas mundanas y ahogar en silencio la riqueza,
mudo el miedo que se convierte en llanto interno y vuelve
a donde viene. Cesa el murmullo, donde se gesta el impulso.
el pensamiento es el dato y el fruto del gozo que se conmemora.
No es la intemperie en la que late el corazón en soledad,
sino la caja cobriza de su vida material
que se prolonga sin más nutriente que las masas de ceniza húmeda,
de los días disueltos en tierra, magma, simple materia de apretada entraña
cuyo miedo anticipado es la última religión,
solo pozo de materia latente.

Fieles al destino, los pasos regresan siempre al mismo camino,
nunca al sentido. Y la mirada es apenas ciencia vieja y sin certeza
si no recibe tu corazón la verdad dichosa que todo lo augura
y todo lo cumple. Ingrata lealtad, no más que un puñado de palabras
sin más fin que el darse en entredicho. Eco, no llamamiento.
No eco de un saber originario, sino de la posibilidad
precisa de la esclavitud de mi nombre a tu nombre. Eco de lo perdido,
maldito destino de la retirada fértil cuya oculta potestad se erige
como la ley santa de la la paciencia y de la rabia. Y si el ojo infinito
quiere creer aún en el sentido, en la virtud de lo cumplido,
no será ya la vida de nadie lo que anuncie el destino de un nuevo ser.
Pero hay algo nuevo. Un fuego que enloquece mansamente,
una ebriedad mal entendida. Y una ola de silencio nos sepulta.