Lo que es superior a la carne es lo que representa para ella la causa de la vida. (Tratado de la resurrección, textos de Nag Hammadi)

 

Hay un nosotros escondido en la materia
que es más que todas las almas,
algo a la vez mío, tuyo y de nadie,
un palacio de tiempo entre huracanes.

Un nosotros que no depende de ninguna digestión,
de ninguna alegría, de ningún dinero. Y que es, tal vez,
como una triste fibra de plástico más viva que la vida
o como el viento en la ladera de un monte sagrado.
Alegría de basura cósmica
o anarquía imprevista del barro.

Pero lo que ese cuerpo dice en silencio ahora
es la brisa que une dos ráfagas de viento,
y equivale al vuelo de un ave, o quizás
a las quimeras que arden porque nadie
halla su lugar en los ritos secundarios
que anuncian el inicio de la oscuridad
cuando se da la vida a la más dura de las formas.

Lo que esta tumba dice en silencio
es que ha dejado a un lado la fuente de los días,
ha perdido los nombres, las voces y los rostros
y ha olvidado el olvido. Y ha empezado de nuevo
a mezclar vacío con vacío. Pues es
lo único que arde y lo único que se salva,
eso que nunca se detiene en cada sensación,
el palpitar eterno de las frondas,
y esa fuente y ese ciprés que querrán saber
por qué te asomas al abismo del infierno. Diles:
«Soy el hijo de la tierra y del cielo estrellado,
tengo sed, me estoy muriendo, dadme de beber
agua del lago del recuerdo». Y al olvidar estas palabras
serás bautizado en el agua de tus recuerdos.

De tu voz y y de tu alma me queda una esencia
que ya has desmentido. Me queda esa herida
arqueológica, ese yacimiento de intemperies
perdidas, eso que ya no eres.

Has habitado mi llanto
has habitado mi muerte
y han sangrado las fuentes de mármol
y no sé si son palmadas o aleteos,
pero sé que floto, sé que nazco,
que soy un ángel viejo que llora
en un nido de musgo
porque no distingo mi pies de mi manos.

Ese nosotros no existe
pero tu voz aún compensa
la escasa presencia de todo.

Esperanza de la piedra
en el fondo del río circular
de la adversidad.

Toda tu vida hecha una,
todo el tiempo hecho uno
porque no hay mar sin naufragio
y no hay tampoco cuerpo
que no imagine cuerpos.

Ese cuerpo de calcio que se rescata en las canteras,
la alegría. Siente la fuerza con la que se juntan
de nuevo los átomos. Así el cuerpo por la tarde
está ya hecho. Rostros de luz que de repente se amansan
hacia una oscuridad indolente y sumisa.

Óyeme, allí donde estés, seré la huella de cada cuerpo,
el sol de cada órbita. Seré cada alimento que esconda
tu hambre como un tesoro.