Haz una casa para honrar
esa existencia que pide
la prueba de que vives su belleza.

Deshazte de todo, deshazte
de tus obras de arte. Cada imagen
es solo un fragmento entre miles,
la prueba de que captas un gesto,
de que entendiste una esencia
entre todas las esencias. Eso no es
la verdad de las fuentes simultáneas.

Sal cada mañana y regresa en silencio,
nunca digas nada, el camino que dejarán tus pies
dirá que entraste en los bosques más negros
y que viste las flores bellas.

Si te preguntan qué viste nunca digas
los robles, nunca digas las hayas. Di
que viste a un niño y a un muerto,
porque esta es la verdad de las fuentes,
eso es lo que dicen las ortigas, los helechos.

Sabrás por qué se sueñan con esos bosques
otros animales, llenos también de miedo,
capaces de imaginar una vida interminable
a veces solos, a veces junto a otros. Ese día
regresarán tus hijos y ya no serán un cúmulo
de ideas ajenas. Serán otra vez
tu carne y tus huesos.

Haz una casa allí donde el viento se para
y reinicia su camino. En ella volverá a entrar
el sol de tu infancia.

Con tus manos, hazla.

Allí está el fuego sin luz,
las llamas quietas.