Esta es la casa. Aquí
quiero que mis ojos se cierren
para siempre, aquí mi vida
valdrá más que la suma de sus días,
y aquí mi cuerpo será una deuda
del mundo para el mundo.

En este portal caducan mis recuerdos,
aquí la felicidad me vuelve a dar miedo
y vuelvo a ser poco, vuelvo a ser esclavo
de una extraña infancia. De una torpeza
cuya forma de aprender a vivir caduca
porque son pocos los ojos que despiertan
entre lo bello. Entre ellos los tuyos,
por eso tu alma es un secreto a voces
que me abrasa. Y madrugar es poco
cuando las horas son breves y tardan,
cuando la paciencia no encuentra su esqueje,
y cuando el tiempo no sabe dónde va
ni dónde queda. Saber vivir es poco
si no hay un hueco en el que cesa este delirio,
una urna que contenga este abandono,
una mano que te muestre el otro lado,
un ojo que te vea, un viento que te empuje,
alguien que te delate descubriéndose en ti.

Hay que dar tiempo al rito de idealizar
las formas desnudas. Las almas aprenden a volar
en un aire de ausencias. Todo debe verse
desde el final. Míralo fríamente.

No sientas nada.

Entiende
que saber vivir duele cuando no hay calles limpias
ni cuartos ventilados, cuando todo empeora
y debes guardar silencio, echarte a un lado
cuando te ven muerto los que aún no viven
si sientes cariño por sus ojos ciegos.

No compartieron más belleza ni el provecho
de una exuberancia tan transparente y comprensible
como la del paciente secreto de la vida.

Esta es la casa. Aquí nada se crea ni se destruye,
aquí te odiarán por llamarles ciegos. Así es su rito.

Descríbeme tu casa. Vuelve a hablarme
de ese olor a marea perpetua, a musgo
y a sal granada. Del bosque de yodo y alquitrán
que rodea tu cuarto. Del regreso que esperas
con una mejor alimentación y una mayor alegría,
eso que pace y se aposenta cada víspera
mansamente en tu alma.

En el cielo brilla la luna
entera y borrosa.