Quiero volver a Waterville
quiero entrar de nuevo en ese hotel
y en ese pub y decir que el mundo
no es una lucha de necesidades,
quiero que el miedo deje su lugar
para otras cosas, que haya una armonía
no deformada por el ritmo, un sendero
que llegue al inicio, ahí cuando una mano abrió el cofre
que guarda en orden tus palabras. Hacia ellas
solo hay un camino en la materia, solo una verdad posible
y un solo tiempo. Se dice «hágase»
y eso es la creación, el acto profético
que desnuda el futuro: todo existe hacia ese cumplimiento
y desde ese cumplimiento. Y no sé si sentí primero
el miedo a la muerte o el terrible gozo de estar vivo, pero
sé que mis palabras y mis ojos solo son
un engranaje y un eco. Ahora entiendo que ser hombre
es asumir la permanencia y el valor doble del instante
y saber vivir con ello. Estar en mitad de la vida.
Mezclar la imaginación y el recuerdo. Y recuerdo
querer comenzar siempre de cero, que me vieras
como si nunca me hubieses visto, que entendieses
que estoy siempre naciendo. Quiero volver a Waterville
porque no dijiste nada en la playa y tuve miedo.
Un miedo que viene de otro miedo, como el hijo
que viene del padre. Tuve lo bello por costumbre
y no fui bueno temiendo no estar a la altura
de esa luz generosa. Y ahora me pregunto
cuántas veces el amor cruzó enteros los días
como las barcas cruzan entero el río. Hoy,
que tus años son de nuevo un coro, hoy, que frente a ellos
el tiempo vuelve a ser un simple riachuelo. Hoy
tengo el mismo miedo, pero al fin sé
que nada inmaterial puede morir, que hay
una ecuación que no distingue entre cuerpos y almas,
una ley no escrita que produce símbolos:
no puede corregir la muerte lo que sientes,
no puede corregir lo que otras fuerzas ya agotan,
ni lo que engendra el mal cuya esencia aún permanece
intacta en mi alma. Ahí estoy, y no soy capaz de firmar
la última carta. Algo me dijo que no se debe amar menos:
«Miente si es preciso, mas nunca ames menos,
no retrocedas, no permitas que el tiempo
te quite eso. No eres más que eso, recuerda,
eso es lo que tienes, nada más, solo eso». Solo somos
esa forma de sentir que dura tanto como la vida, ese es
nuestro logro, ahí está todo. Como una veta de luz
que se disuelve en un lecho opaco
y que se retuerce sola. Así entenderás la belleza.
Por su eficacia y su crueldad. Y eso
son años de sol y de silencio
que son el borde del abismo, la espuma de un caos
salvaje y suave, como esta zarza y esta madreselva,
y esas petunias blancas, esos pensamientos,
esos geranios tan dignos en verano como la escarcha en invierno,
este huerto cerrado, esta caja de postales viejas,
ese callejón en Richmond, todo jirones, todo remolinos
en los que se mezcla el olor a geranio y a higuera,
a tierra, a madera. Y los árboles vestidos de yedras
de la calle Mentija. No saber que por allí se iba a tu casa.
Por allí caminaba y hoy ya no están, fueron cortados,
hoy ya no hay ruido de hojas si hace viento,
ya no hay tapia, no hay camino. Adiós al infinito. Ya solo están
el Consejo Regulador y los carteles de se vende. Y tampoco hay
nuevas plantas de tomate en Lamble Street,
pero por allí pasé el último día y sé como huelen,
sé cómo crecen, sé cómo sus células destilan
el éter indomable de las buenas noches.