Llamamos presente a una pobreza mal llevada de vida
que nos hace aferrarnos a cosas concretas. Pero
todos los días hablan en secreto de eso que se mezcla
por debajo de la violencia concreta de lo que puede decirse
que pasa. Y su lenguaje inaudible resuena en nuestros
tejidos interiores como el foso de intimidad que nos asedia,
como un incendio de vida en el que deseamos morir calcinados.

Y hay un presente que se vive como una ficción suprema, pero
no hay vida en el resto imaginario de la carne más íntima,
no hay error posible en eso que se nos da
como circunstancia histórica.

Son las formas las que ocultan las distancias, y las distancias
lo que vive al margen de las cosas. No pueden las palabras
devolver belleza a la belleza. No pueden los abrazos
devolver la paz al amor. Descanso centelleante
de esta efervescencia de entrañas, de esta fiesta de pieles
que amanece concluida desde que comenzó. Cruces de flores.

Rechazo el recuerdo, rechazo el deseo, rechazo tu rostro y esa voz
que hace de tu carne una luz. Pero guardo tus palabras
como se guardan de un año para otro las mantas. No es la vida
mi único logro. Lejos, más allá
de esta meseta de sensaciones y vocablos, fuera de la dureza
del cuerpo que es esta llama quieta de cortezas rígidas,
lejos de esa cuna de fuego en la que nunca
te abrasas lo suficiente y siempre estás naciendo, lejos y más lejos,
vivo de una alimentación sutil que me hace pensar
que tu cuerpo es un alma.

Nada en mí se repite tanto como para que nadie me conozca,
nada en mí conoce nada para que haya una filosofía,
nada que atraviese las puerta de la eternidad. Pero,
aunque no pueda pasar, veo esa puerta de piedra de luz,
esa puerta flotante cuyas vetas luminosas nos deslumbran
como obleas de fuego que convierten nuestros ojos
en hojaldres de ceniza que filtran, sin verla,
la luz pura.

Tú tampoco la pierdas nunca de vista
mientras vivas.