¿Habrá algún cuerpo que, después de haber entrado
en descomposición, pueda volver a su primitivo estado?
— Celso

Esta es la gran oscuridad y la llamo vida, la llamo
reino y pecado original, vidriera de una vieja catedral
de torpes abrazos, ceguera caleidoscópica del topo
que se mezcla con la tierra cuando come
y cuando muere. Come lombrices
que comen tierra y cuya ceguera perfecta
es la visión más abrasadora y dulce. Y esto es
un abrazo porque el gusano que se retuerce
abraza el mismo foco, el mismo vértice que despliega cuando se alza
el ser sobre la nada. Ser subterráneos en la misma medida
y en las mismas catacumbas y en los mismos
abrazos calcinados. Volver a oler cada rincón
en busca de alimento. El sabor de la ceniza y del barro
aquí pesan como galaxias.

Estos tambores, estos perfumes podridos, estos elefantes
que desfilan ante nosotros mostrando el enigma
de su duración permanente. Llámalo plaza de una gran capital
de signos que abraza el silencio. Ya puedo imaginar una vida
más allá de los cauces de la memoria.

Busco la soledad porque en mi mundo
cada cadáver es ya muchas resurrecciones, porque en él
cabe tanta vida que le será regalada más vida y más vida
hasta que la propia idea de vida resulte incomprensible.

En mi mundo
afirmar la belleza es desposeerla
de su carácter cruel.

Cada pensamiento habita en su torpe vuelo cada rincón
de cada mundo en el que pudo ser pensado. Cada sentimiento
llena con su poder vulnerable cada uno de los corazones muertos
que pudieron comprenderlo.