La honda desolación de las vasijas rotas
— A. Colinas (197)

Como la roca, que primero roza
y luego cruje. Como sobrevuelan el lago
los pájaros sin nido. Como si la naturaleza
se retorciese dentro de sus esencias
más lentas. Así hablan los dioses,
tan lentamente que todo se comprende
al final. Un deseo desconocido hasta hoy. Aún
no sabemos por dónde nos lleva. Y nos vamos
sin saber a dónde llegaremos y si llegaremos.

Es necesaria esta soledad, necesario lo absurdo.

No saber por dónde iremos. A quién encontraremos.

Todos por el aire
como el canto parabólico de la luz
donde todo significa “tú” en relación
con una desnudez perfecta. Cuando la vida
carezca de secretos dejará de ser
una vida que vivir. Cuando la roca obedezca
todas y cada una de las leyes naturales
entraremos en ella. Pero desde el primer día
hay una ley que no cumple.

Bajo recorre el amor los campos.

Casas vacías

mucho tiempo.

Poco a poco van cayendo mientras los verbos
se apagan sin que el tiempo entienda
la nueva lentitud. Los ojos
ya lo ven. Ramas
de árbol de metal y luz
de fuego frío. Yo solo quiero ser
el viento entre el humo.

Quiero que este pueblo
quede vacío, que nadie me recuerde
como un hombre solitario. Quiero que las casas
confiesen la vida que esperaban
dentro de ellas.

Ríos que no tienen forma.

Presencia sin compasión, compasión sin presencia.