Algo piensa desde siempre. Y sin recordar entiende
que no hay otra esencia que la de prescindirse cayendo
en sucesivas aguas, en una claridad sin fondo
cuyo vértigo de ojos cerrados y manos vacías
es solo una antesala, un augurio que sin cumplirse
es también el eterno fracaso de una muerte invencible
y minuciosa. Y si en la noche no se calman ya estas ansias,
si en la verdad no hay ya una forma de esperanza,
será que aún no existen voces puras. Si en todo está la muerte
será que aún no está en nada, que es un rumor perdido, simple
paciencia que se derrama. Así la profundidad oculta el fondo,
pues no hay nada tan hondo ni nada fuerte, nada,
no hay ley que contenga para siempre el abismo, ni muro
que contenga tanta desaparición, tanto ser en desbandada.

No hay catedral portentosa ni cuarto humilde, no huella
de la luz ni aire respirable. La verdad, mentira de sí misma,
aún duerme. Desnudez del sentido sin consciencia. Eco
de la mirada eterna por la que vuelve todo a sí
y que es el rito incombustible de hacer propio lo exterior
y lo insondable: propiedad, frontera que todo lo absorbe y todo lo ocupa
y que aún desaparece como esos torrentes huérfanos que fluyen tercos
y sentenciosos, siempre por el mismo lecho, hacia el vacío.