Me conviene perder la esperanza,
que el mundo se muestre ante a mí tal como es
sin doblegarse ante el sesgo falaz
de mis ojos, sin disfrazarse en la dudosa
capacidad de amar de mi corazón baldío. Prefiero
que no vuelva a merecer mi alma el regalo de nacer
para que nunca más en vano intente hallarte
en estas regiones misteriosas del interior de la vida.
No estás en el río. El tiempo pasa. No entre los árboles
ni en las casas. Nunca en las calles y tampoco de noche
en la opacidad tenue los sueños. Jamás en las palabras.
Que no vuelva a merecer mi alma
el castigo de nacer. Nunca temí el dolor
ni la soledad, no me detuve ni dejé rincón
sin pisar. Ni un instante de vida sin vivir
y ya sé que aquí no estás. Aun si naciese mil veces,
no te encontraré en estos lugares. No necesito añadir
vida a la vida. En este camino aprendí
que vencer la muerte es también despreciar
lo que perece bajo las absurdas normas
de su cruel dominio.