Has descartado el valle como territorio
de tu gran edad, dormida, entre chales
y almendras, brozas y ramas y horas
detenidas en una hipnosis de vida y sol,
salvia, esparto, miel, bebiendo
la leche de ojeras y legañas
del hombre herido.
Se hunden los mechones del aire
en esa espuma de voz y musgo,
en ese hórreo, cuando resucitan
aquellos torbellinos de humo,
aquella fragua preñada de cansancio,
aquella coz sin pezuña, pezuña sin herradura,
herradura sin herrero, herrero sin espuela.
Aquel siglo atrapado en las piedras blandas
ebrias de viscosas algas, de babosos huevos,
de salivas necias, de palabras claras y rayos
quietos sobre el arco negro de la noche
en la que en vano se ama.