Tomadas de esta forma las paces se presentan
lejanas y lluviosas. No tengas miedo.
Este es el rito que te deja sin infancia,
pero también sin tiempo. La hoz
que siega el turno de cada momento
como una mala hierba. En la eternidad.
Pero aquí aún la libertad que te hace confesar
llorando. Si ya sabes que debes dar esa desnudez
a sus ojos, pues poco tiempo queda para amar
y mal parece que se sepa amar de veras. Sabes
que en las almenas de ese cuerpo inventado
hay remolinos de polvo que cuajan el tiempo
como un eón oscuro girando sobre una extraña
eternidad interior.
Debes dar tus nuevas eras primordiales a un ocaso,
a la dulce fundición de los horizontes libres
como mieles de ser. Y recurrir a la palabra,
porque la palabra es la humedad.
Yo debo encontrar en mi oración la voz desconocida
que me hizo elevarme entre las cosas
aunque no sea la trama del tiempo. Aunque subo,
más viejo cada día, la misma agotada cumbre
en el centro de una meseta
por un camino de almendros.
Porque sin ver tus manos coger algo, cualquier cosa,
no sé ya mendigar.