Cuerpo, semblante, cierta virtud sombría, pasos perdidos,
cansancio huraño de materias que no se consagran. Hueco
de aquel mirar que no acompaña, mirada perdida,
cavidad rota, lugar olvidado y a desmano, remolino de azotes
que escuece en todos los rincones, que quema y destroza
uno por uno todos los tiempos lentos y aquella antigua paciencia
sabia. Orgullosa creencia en el futuro. Ya como maldito late
un corazón sin transparencia. No hay futuro. No tuvo sentido
ningún pasado rebosante de sentido. No fue verdad la verdad
ni cuerpo el cuerpo, sino una infamia de deseos muertos
por adelantado. Un grito evaporado, un ancla rota en el abismo,
la luz desgraciada del mismo aposento. Ojos. Muescas de la noche.
Paz del recorrer la mirada cada arista, cada renglón, cada cimiento
y darse un ansia callada y consagrarse la vida a ella. Aún sin derribar
las murallas de un silencio, sin abrirse las ventanas de par en par
ni amansar con susurros el alba del cuerpo estremecido en el vivir
que desprecia los desvanes de la fe con su arcana incertidumbre,
porque en su callar resuenan ahuecados los pasos que descienden.

Nada vuelve, nada tocan mis manos y en mi frente arden las sombras
de mi ser en su desordenada extinción. Son ojos que miran su techo último
en una hoguera de muerte y agonía, en un palco de tiempo y desidia.
Escarpado montículo de soledad, sereno silencio, testimonio
por el que sigues siendo tú la realidad, mi soledad, la realidad.

Siempre es oscura la verdad que a todo se adelanta,
Y equivalen a ese augurio la vida y la muerte,
pues sobre esa luz la ley, el verbo que nada anuncia,
es siempre un abismo que decide lo último:
la última respuesta, el último rito, la última seña,
un último ojo que observa su propia destrucción,
el gasto que es vivir

en esta tierra intermedia, esta agonía de viento y agua,
llanto y soledad, mudo barro. Doblar la hundida voz que recobra
su inmundo origen, la más condenada esperanza. Pero
viviré siempre en mis sueños, aun si no hay cielo, solo broza,
rastrojos, pedregales, desprecio. Nunca me arrodillé
y ahora me arrastro. Esperad, esperadme, sé que no llegaré
pero estoy ya allí. Nadie volverá a inscribir mi voz en su silencio
porque no hay más aire que una niebla abisal y mortecina.
Sendero tras sendero, allí los pasos son el eco, somos lo dicho.
Palabra, no carne. Liturgia, no voz. Ni tampoco la vida
de los ojos que miran firmemente y callan sin dar
ni la dicha ni esperanza del rostro, lo único a amar, a quien merece
más que el fruto del trabajo y más que la costumbre familiar
de una fe ciega en el deseo que sella las puertas de la gracia.
Al raso aún siente los labios, el contorno de ese rostro dado
siempre a esa altura muda, pues entierran su mirada las palabras.
Y no es más que rabia lo que da voz a tanta sepultura, lo que halla
henchido de tiempo el reflejo del verbo en la costumbre
en la que todo se cumple. En la que todo cansa.

Saber vivir no es sentir la inmensidad que las cosas derrochan.
Así uno vive con desprecio, viendo solo una parte del todo
despreciando el tiempo al someterse al intercambio de vida y cosa.
Hay que vivir donde aparece un esplendor sin amago de contención,
donde el autómata gime y la misma inercia te acompaña, pero rota,
no sea—fiat veritas, pereat vita— que cualquier innecesaria libertad
resulte inexorable para los demás. Vivir es algo que no se siente,
vengar la contingencia por la que un ser ciega al otro cuando la luz
es la palabra que resuena en ese acto de imposición.

Por eso sigo aquí. Desde el inicio fui el miedo de una llama
a punto de apagarse. Sigo siendo. No te asustes
cuando me veas pasar por el ojo de una aguja.

Desde entonces, quizás antes, no pasa el tiempo enfebrecido
y no recuerdo haber bebido como un necio. Mueren en su cuna
la paz y la rabia como muere todo, con esa extraña sensación de nada,
como vive en otro plano la oscuridad que todo lo estremece,
que todo lo aprieta, que todo lo graba, de la que brota el aire
cuando se hace la nada tras el telón. Murmullo implacable
de la fuente que todo lo riega, en la que hasta el agua que se pierde
el más profundo resto purifica.