Hoy te bañas en ese mar de plomo y de amianto

porque ahora son tus ojos lo que ven tus manos.

Ya no eres pecador. Eres pecado, el mal de cada día
en cuya sombra se pierden las monedas. La humildad
en cuyo rostro se agravan las ganancias.

Porque también el invierno padece el frío.

No puedes amar más y tu corazón sigue vacío
y una niebla se condensa en tu interior
y su voz todo lo empapa.

Como un rayo de luz atraviesa una montaña,
como trepan las yedras los muros de la luz.

Desaparece la necesidad, desaparece la ausencia
y ya no hay suelo.

Porque es la calle de la luz, la plaza, la vida.

Ya presencian tus ojos otras formas.

El tiempo es la luz y la luz es el tiempo

Y caduca lo que mereces ante una luz más fuerte,
ante toda su holgura.

Siempre hay un cielo sobre el cielo, un dios sobre otro dios
y tú caminas sobre esa nieve de luz que hace un momento
brotaba del pasado. Y aún lentamente se ilumina
una nueva estancia, un nuevo desván, un arca llena
de fuego y despedidas.

Porque la ceguera es un río manso, un susurro que abre
todas las puertas.