Ser luciérnagas cuya luz da fin al oro y ser el aire
cuyo vuelo vale más que la luz, pues da lugar al tiempo
y al tejido brumoso y respirado que seremos
cuando nuestra nutrición se convierta en la fiel ofrenda
de las pieles y de las carnes, de las columnas y las bóvedas,
en el hecho incontestable, pero también imperceptible, que todos,
inevitablemente, buscamos.
Dar el alma a otra calle, a otro patio,
y ser el arrastrarse que corona la vida,
esa mansión de espejos cuya ruina
importa más que el mundo entero. Nido
del ser es tu mirada, lo alto que me destruye
y me amorata. Vida que es búsqueda
y que es antesala. Lugar tan cerrado
en el que una prisa dulce y cruel emprende todavía
el viejo viaje de conocer. Por eso corre,
porque somos el destello de una imagen ancestral
que aún se retuerce desesperadamente en un útero.
Abandona este establo de formas. Nada alimenta
este pasto cortado, esta siega de ecos. Salta
fuera del campo. Nada ha de adoptar
la forma del mundo. Corre, salgamos de esta esfera,
de este ecosistema de digestiones terrestres, fuera,
siempre y mutuamente. Siempre y nosotros.
Destrúyeme. Yo soy la esfera que flota en la nada,
sal de mí. Eres la estrella de la libertad. Quema en tu alma
mis palabras. Pisa ya la cumbre del olvido y la contemplación.