Hacernos campo de sus paces
— P. Salinas
Como la fuerza que convierte
la tierra en una flor más bella. Y como el ojo
en el deseo que sigue esa misma ley
la arranca. Belleza ante belleza,
enemistadas por la rigurosa necesidad
del hambre y de una lucha que desconoce
la terrible generosidad de la tierra.
Conforme a una fuerza en la que cada deseo
expresa siempre otras cosas. Así aprietan
las fuerzas gemelas a través
de unas manos siempre cautelosas. Y es que
tú fuiste la casa y las ganas de vivir
y en el encuentro ya hundido en la materia
como un pozo de tiempo
algún día cabrá el mundo.
Hacia esa voz y desde esa voz.
Ya lo entenderás. Porque esa voz es
la fuerza de la vida. Y cuando los días pasan
hacia una vida más potente y más abrasadora
la vida antigua parece igual que la muerte.
No temas la oscuridad del otro idioma. El esclavo
no teme ninguna lengua extranjera. En su mundo
solo es libre el que no entiende.
Hay un gozo que siente
la piedra que rueda
colina abajo. Y en tu corazón
aún fermentan las heladas. Hay tiempo.
O quizás es el gozo eso que nos hace
caer como piedras cuando la vida sin palabras
se extiende como una gran detonación
que nada deja intacto. Donde se incuban los sueños,
en los muros de ese templo de tacto. No lo sé. Pero
nunca descubras los secretos de la vida innecesaria
ante las puertas de la consagración definitiva.
Siente el dulce dolor del cuerpo que recurre
a sus últimas fuerzas. Allí
donde los átomos pactan
sus últimas colisiones.
Esa gran coronación de las capas del aire.
El tiempo pasa y camina descalzo
sobre las laderas de Troya.