Hoy también llueve en Galway
y he vuelto a ver
a los hombres de piel de fuego
en The Crane Bar, raíces
de fuego en el aire, dulcemente leñosas,
como la saciedad de las savias,
como el agua estancada de la
membrana astral,
como la visión del terreno anegado
desde los vasos llenos. Como
legañas de tierra de un insomnio letal,
como encajes de helechos cuando flotan
intactos sobre el cielo
los pantanos turbíferos, como riadas
tan íntimas y tan hacia el lenguaje
que los silencios te acercan
ya al amanecer y llenan el día
cuando vives la gloria del no saber hablar
y cuando tus huesos de corcho enmnohecido
se depositan, se aposentan, en
lo más embarrado, en lo más
pastoso y deforme de las tierras
aún jóvenes. Escóndete
en una noche sin fondo,
en un cuerpo cansado,
en el templo de la pureza,
en las pirámides del éxtasis
de la apoteosis del encuentro
inesperado. Agótate
subiendo por Henry St. cuando
el agua fría de la soledad
te confiesa que amamos para destruir,
para compartir en secreto
un fracaso mortal. Amar es desnudarse,
morir delante de alguien, hacerte invisible,
ser rechazado. Amar es lograr
que los demás vean a través el mundo
cuando tú no estás. Amar es que las noches
no vuelvan nunca a ser en tu ausencia
la catedral de ninguna soledad. Es la ceguera
que brilla para que otros vean
como el ojo que circunda
la nueva naturaleza. Muérete
para que encuentren en la muerte
el secreto del renacer. Mas ten cuidado,
pues esa desnudez sagrada solo es un don
allí donde el mundo se ve por completo.